1 oct 2012

Relato: "Lágrima de Aceite"

¡¡Buenos días, Exploradores!!

¡Qué bello día tenemos hoy! He estado escribiendo y avanzando mucho en mis historias, sin haberlas terminado aún, pero creía traerles un pequeño relato que escribí fugazmente en una noche que me gustaría alguna vez incluir en ese libro que me gustaría tener de colección de mis relatos. Trata del infortunio de un robot que ha sido olvidado en una fábrica por mucho tiempo, quién no puede retener la memoria por más de un mes debido a una avería, por lo que no puede saber a ciencia cierta cuánto tiempo ha pasado inmóvil y encadenado a una viga del edificio. Un buen día descubrirá que la mala suerte no dura para siempre, afortunadamente, y que si ha mantenido la fe y las esperanzas durante el tiempo que estuvo allí, puede que den fruto tarde o temprano. Es una historia corta, sencilla, pero que me ha parecido muy interesante de escribir sobre la marcha.

Esa es una de las características que comparten todas las historias que escribo aparte de mis libros principales: que no me siento a pensar e idear los capítulos uno por uno, ni a jugar con la disposición de los mismos dentro del libro ni mucho menos, si no que me siento enfrente de un lienzo totalmente en blanco y escribo lo primero que se me venga a la cabeza. Sé que he mencionado que no es mi forma favorita de escribir, y es que no lo es, me gusta tener todo planeado de antemano, pero con historias así de cortas, de sencillas y fugaces no hay mucho que planear, es solo cuestión de sentarse y escribir y dejar que la mente y la imaginación fluya por debajo de tus manos. Así que me resulta muy interesante y entretenido sentarme y ver que sale :P

Éste es un relato que tiene fecha de fines de Agosto de este año y se titula "Lágrima de Aceite", disfrútenlo.
Lágrima de Aceite


Un humanoide hecho de metal, tuercas y tornillos yacía en un galpón abandonado, solitario y lúgubremente iluminado por la luz del único satélite natural que él conoció o creyó ver alguna vez orbitar alrededor de la tierra. Atado con cadenas a una lámpara en el techo, él robot levantó su cabeza y estudio, como para variar, por enésima vez lo que alguna vez había sido una fábrica o algo parecido. Vio esparcidas por el suelo refacciones que le hubiesen pertenecido a otros hermanos de la misma serie que él, pero no había ni había habido nunca señal de vida por allí. Él inspeccionó con sus radares cada rincón del sucio suelo del cual tanto estaba alejado y no fue capaz, otra vez, de encontrar alguna forma de escapar de su atadura.
 Su consciencia solo registraba recuerdos de hacía treinta días. Cada mes, debido seguramente a algún trastorno sufrido por alguna avería, su memoria se vaciaba y todo lo que habría aprendido del lugar donde se hallaba o de qué era se borraba. Debido a ello, le era difícil saber hacía cuanto se encontraba colgado inmóvil allí arriba. Lo único que sabía a ciencia cierta era que encadenado allí, simplemente un títere sin titiritero, podría haber pasado años completos viendo el sol y la luna deslizarse por la ventana con cada día que transcurría. Pero el robot tenía idea de que la esperanza era algo que no podría perder aunque el metal de su cuerpo se oxidase con el tiempo y con la humedad…cuando se infiltraba silenciosa la lluvia y ésta corriera por su duro rostro de apenas un par de facciones notariadas. Lágrimas de aceite hubiese querido derramar, así al menos hubiese sido capaz de lubricar lo suficiente su boca para emitir algún sonido, preguntar algo…hacerle saber al mundo que lo habían dejado olvidado y solo en un oscuro lugar.
El universo actúa por tiempos y tiempo es lo que hay que darle al universo para que actúe. El destino forjado en piedra en algún rincón inalcanzable del cosmos es conocedor del futuro del que es capaz cada uno de los seres vivientes e inertes también…y las cosas no pueden mantenerse de la misma forma toda la eternidad, puesto que aunque hayan cosas que sean inmortales siguen habiendo otras que querrán arrebatarles la facultad de no morir…incluso aunque tengan que poner totalmente en contra el concepto de “eterno” o “inapelable”. Si hay una regla, esta deberá de ser rota…y si hay un pobre robot inocente y solitario colgado desde una lámpara en el techo…debe existir, y deberá existir en alguno u otro momento determinado alguien que quiera socorrerlo y ayudarlo en su sufrir.

Ese día el solitario artefacto viviente creyó que sólo de otro sueño se trataba…que era un recuerdo mezclado con alguna avería que se volvía en su contra y lo hacía percibir y detectar cosas ficticias e irreales como si estuvieran allí, a su lado; como si hubiesen entrado por la puerta principal buscando algo con qué jugar. Ese malfuncionamiento de su cerebro positrónico lo hacía creer ver que una niñita pequeña había entrado esa tarde donde peculiarmente vio más luz que nunca hasta donde tenía memoria por la entrada y se hubiese acercado a él lentamente, temerosa, al ser lo único relevante en la desierta habitación… Eran tal la falla, creía él, que hasta lo llevaba a no solo imaginarse imágenes, si no también sonidos y figuras corpóreas…¿Qué otra explicación podría darle a que esa niñita tan bonita, tan perfecta, tan angelical y tan delicada realmente existiese y estuviera tratando de ayudarlo buscando algún objeto con el cual poder destrabarlo y romper sus ataduras? ¿Cómo podría pretender que no estuviese en otra cosa que en las últimas estancias de su podrida y rota existencia, que recién ahora se las arreglaba para jugarle bromas pesadas justo cuando comenzaba cansarle la vida en monotonía, en suspensión…aprisionado y encadenado bajo cuatro paredes y un techo que quién podría saber cuánto más lo aguantaría?

Parecía mentira…él intentaba convencerse de que así lo era, de que en realidad no habría nadie allí que hubiere de encontrar en otra parte de la fábrica abandonada un curioso artefacto similar a una pinza…¿cómo podría una niña pequeña darse la maña de hacer palanca con ella al no tener la suficiente fuerza para apretarla alrededor de las cadenas que lo sujetaban? ¿Cómo podría alguien así, casi un ángel, estar logrando liberarlo de tan terrible pesar, cuando parece que flotara al caminar y cantase al decirle que se tranquilice, que lo ayudaría pronto y que no tendría que preocuparse más por nada? Era una situación incierta, pero súbitamente, todas sus dudas se aclararon cuando cayó al suelo, libre al fin, poniendo en funcionamiento de nuevo todas sus articulaciones mecánicas y por primera vez en tanto tiempo poniéndose de pie. Sus helados dedos filosos sostuvieron temblorosos los de la niña que le sonreía a su lado, y no pudo evitar intentar sonreírle y decirle con su voz sincera, modesta y humilde, ahora acompañando a sus labios un surco luminoso por donde corría una lágrima viscosa, un significativo “gracias”.

Y mientras ambos caminaban hacia afuera, hacia el hospitalario mañana que bañaba el paisaje con promesas y seguridad de que todo iría mejor a partir de entonces, la niña lo guió hacia un taller de reparaciones donde trabajaba su padre, tan bueno como ella, respondiéndole en el camino con un “No hay porqué señor robot…usted hubiese hecho lo mismo, ¿no es así?” 

No hay comentarios:

Publicar un comentario