26 dic 2013

NAVIDADES CON LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO - DÍA 25

No crean que olvidé el último regalo.

Gracias por compartir estas navidades con nosotros, y a pesar de que les deseamos feliz navidad, no nos quisimos guiar por una sola festividad, sino que creyentes o no, religiosos o no, festejasen o no estas navidades o alguna fiesta en esta época, quisimos solo desearles felicidad, alegría, amor y buenos momentos, y esperamos que hayan sentido que así lo hacíamos. 

El último regalo de Navidades con Los Exploradores del Tiempo, el especial navideño, no podía ser otra cosa que eso: un especial navideño, a "Los Exploradores del Tiempo". Ojala hayan tenido mucha alegría en este día, y ojalá esto les guste, porque lo hicimos con el mismo amor que deseamos que ustedes tuvieran el día de hoy. 

Con ustedes, "Feliz Navidad Agustina...Feliz Navidad" 


Feliz Navidad, Agustina…Feliz Navidad

Era verano del 2009. Era otra época, eran otras circunstancias, y hasta podría decirse que los involucrados en esta historia vivían otra vida, y hasta eran personas diferentes a las que luego serían. Uno de ellos no había muerto, o quedado en un estado entre la vida y la muerte, esperando paciente e inconscientemente a que el otro volviera de su largo viaje y la despertara de su letargo moribundo. No habían sufrido todo que les tocaría sufrir, y se respiraban aires más felices, mucho mejores, cuando poco los preocupaba, cuando lo peor que les tocaba vivir día a día era un castigo de sus padres, y no una angustia tremenda y una presión agobiante de sentirse obligados a sobrevivir y tener esperanzas en el otro. Ésta era una vida mucho más fácil, mucho más hermosa.

No hacía mucho que se habían puesto de novios, pero ya sentían algo muy potente el uno por el otro. El verano había comenzado hacía tres días, y era la velada de Nochebuena. Como las cenas en esa parte del mundo eran más importantes esa noche que la propia noche misma de Navidad, en el vecindario en dónde vivían Ángel, Tomás e Isabella Grey y dónde cenarían Agustina Liprani y su madre soltera, los preparativos estaban en pleno movimiento. Todos los vecinos de esa cuadra habían cortado la calle, ya que en una ciudad tan pequeña no había problemas en hacerlo siempre que se avisara antes, y habían sacado las mesas afuera, junto con las sillas y la vajilla para todas las familias. En cada casa se preparaba una gran comida, que solo la familia que la había preparado comía, pero el ambiente era muy unido y la distancia que separaba una familia de la otra era ínfima, compartiendo entre todos el sentimiento de cariño y de felicidad que traía la expectativa de la noche.

Los árboles de navidad brillaban a más no poder con sus luces encendidas, titilando ininterrumpidamente, y adornos decoraban las puertas de las casas, las ventanas, y algunos jardines delanteros. La noche era hermosa, estrellada, fresca (todos agradecían este último punto porque el trabajo durante la tarde se había puesto extremadamente denso hacia las cuatro de la tarde) y perfecta para la ocasión. Los castigos que habían sufrido Ángel, Bella y Tomás por escaparse durante las vacaciones de invierno para ir con su tío (lo cuál era la versión oficial, la real era que habían sido arrastrados por el destino para salvar al mundo, viajar en el tiempo y enfrentarse a todo tipo de peligros); habían cesado bastante ahora que las clases habían terminado, pero más se vieron en libertad durante todo ese día. Agustina y su madre, como estaban solas, iban a pasar las navidades con la familia de Ángel y Bella, ya que se habían acercado bastante a ellos desde que los chicos se habían puesto en pareja. Toda la tarde habían estado preparando un balde enorme de ensalada de frutas, postres para la noche, comprado cosas para la mesa dulce, hirviendo verduras para la ensalada rusa, los padres de Ángel y Tomás habían preparado un cerdo para asarlo, y los menores habían descansado de a ratos en la pileta de lona cuando el calor se ponía pesado.

Ángel se había deleitado mirando con mucho cariño a Agustina, quien se había atado el cabello en un alto rodete para despejarse un poco del calor, pero quien hasta transpirada a él le parecía un cuento. Le encantaba descubrirla pelando una fruta o levantando una silla, caminando en frescas ojotas o solo tomando jugo frío cuando la sed se hacía molesta, y sonreírle. Tiempo después, cuando todas aquellas escenas tontas desaparecerían y había posibilidades de que no volvieran a suceder, él las atesoraba, y agradecía haberle plantado un beso aquí y allá, no queriendo parecer molesto pero tampoco permitiendo que en una de esas situaciones cuando él no estaba presente ella se olvidara de él. Tonto había sido pensar que ella hubiera sido capaz de tal cosa alguna vez. Cuando había caído la noche y todos se habían marchado a sus respectivas casas para ducharse, ponerse ropas bonitas y frescas y luego vuelto para recién entonces cortar la calle y poner la mesa, él no esperaba verla tan linda. No se había puesto la gran cosa: era tan solo un short de jean con un detalle bordado, unas zapatillas comunes y una remera rosa también muy femenina que hacía juego con el color del broche con el que se había sujetado el pelo aún húmedo, pero a él le había parecido que estaba hermosa. Al decírselo, ella se sonrojaba y avergonzaba de que él no tuviera reparos en decírselo sin importar quien estuviera presente, pero le había devuelto el cumplido y besado fugazmente antes de ponerse a contar cuántos eran y cuántos cubiertos iban a necesitar para la cena.

Las cenas consistían todos los años en una entrada, el plato principal, el postre, y luego el brindis a medianoche con la mesa dulce (garrapiñada, turrón de navidad, pan dulce, budines, confites, etc), y como generalmente se preparaba más comida de la que se iba a necesitar, las familias se juntaban al otro día para almorzar la gran cantidad de comida que había sobrado. Esa noche todo estaba exquisito, y todos parecían más contentos, la noche parecía brillar más que nunca, los fuegos artificiales lanzados a medianoche eran más espectaculares y coloridos que otros años, todo era mejor, pero solo Ángel parecía percatarse de lo excelente que todo era esa vez. Aunque se le vino a la mente un pensamiento algo descabellado al plantearse la situación: “todo es hermoso porque estás con ella, y ella hace todo hermoso”; no quería sonar demasiado cursi ni tonto diciéndoselo, porque aunque a ella no parecían molestarle sus constantes cumplidos, él temía a cada rato ponerse pesado, adularla demasiado y que no pareciera que lo decía en serio. Por esa razón, no dejó pasar mucho tiempo después de que comenzaran los fuegos artificiales después del brindis a las doce en punto, y distrajo su atención de las luces brillantes en el cielo nocturno tomando su mano. Ella sonrió como cuándo él siempre la sorprendía apareciendo de cualquier lugar y le apretó de regreso la mano con suavidad, plantándose enfrente de él para besarlo.

—Agus…me parece que Papá Noel te dejó ya el regalo abajo del árbol en mi casa—sentenció con una sonrisa burlona, haciéndola reír, pero como ella se había mordido el labio en señal de burla, agregó con un gesto algo más serio: —En serio, vení a ver, dale.

—Ángel, no tengo siete años. Dejá que la hermana de Tomy abra el suyo primero antes de se den cuenta de que en los regalos que “Papá Noel” acaba de poner allí no hay ninguno para mí de parte tuya. Cuando todos abran los regalos, vos vas a abrir el mío y yo voy a abrir el tuyo, esperá un ratito más, ¿sí? —Le dijo, muy tierna. Él le hubiera hecho caso en otra ocasión, porque no podía negársele cuando le hablaba como si fuera un nene de cinco al que le explican que el cielo es azul, pero tenía que reprimir las repentinas ganas de estrujarla contra sí y besarla sin reparo, porque estaban en la vereda alrededor de todos sus familiares y su plan no terminaba así.

—Si no querés venir, no vengas. Pero yo quería que lo hicieras—dijo él, haciendo un puchero solo para ella. Agustina era débil hacia ellos, y usar esa último recurso siempre le indicaba a ella que él de verdad estaba empecinado en lograr lo que quería y, además, que se trataba de algo solo entre ellos, algo personal. Ella rió y le besó el puchero que había hecho su novio con sus labios, y le dijo, de manera que sólo él escuchó, “está bien”. Ángel se aferró más fuerte de su mano pero separó su cuerpo del de ella, para poder guiarla. Se escabulleron entre la muchedumbre que miraba los fuegos artificiales, brindaba y se deseaban los unos a los otros una muy feliz Navidad, y se metieron dentro de la casa. Dejaron la puerta abierta tras ellos, y el chico dejó a su novia esperando al lado del árbol de Navidad. Cuando volvió de su habitación con un paquete detrás de él, no fue a su encuentro, sino que esperó en el comedor a que ella se acercara. 

—Pensé que el regalo estaba debajo del árbol…—le espetó, y él le dedicó una muy amplia sonrisa. Era una noche tan hermosa, una Navidad tan especial, inolvidable…

—Está bien, mentí, ¿contenta? —Contestó el muchacho. Ella rió y se acercó a él, esperando, pero él no le iba a dar el regalo allí. —Espera, acá tampoco. Seguime, pero vas a tener que cerrar los ojos un momento—terminó, y ella obedeció, no sin antes dudar. 

—Ah, ¿también tengo que cerrar los ojos? —Preguntó, fingiendo miedo con una sonrisa pícara que la delataba, pero finalmente accediendo.

Sin dejar que vea lo que tenía detrás, la volvió a guiar, y esta vez terminaron en el patio trasero de la casa. Ella notó el cambio de aire cuando salieron al exterior, y que dejó de caminar por baldosas para hacerlo en el corto pasto. Siguieron en silencio unos segundos más, hasta que él la puso en posición, se aseguró de que todo fuera perfecto y con la voz más dulce que pudo, le pidió:

—Ábrelos—y bastó solo un vistazo para maravillarla. El chico había logrado decorar la casa del árbol del patio, el árbol en sí y un senderito hasta ella con luces navideñas y adornos dorados y brillantes por doquier. Otra mirada cómplice entre ellos la hizo entender que el regalo se lo iba a dar en lo alto de la casa del árbol, por lo que ella tuvo que adelantarse y subir la escalerita, hecha una niña pequeña y sonriente que parecía estallar de felicidad. Esa mirada era una de las que él jamás olvidaría, por más que pasasen cuantos años quisieran.

Cuando ella entró por la entrada de la casa, agachándose para no hacerse daño en la cabeza ya que el techo no era muy alto y les quedaba chico a ambos, buscó un buen lugar para sentarse con sus piernas cruzadas, de frente a él, y allí se quedó. Y ella esperó que él hiciera lo mismo, ayudándose aún para todo con una sola mano porque con la otra aún mantenía oculto el regalo detrás de su espalda. Finalmente, estando los dos sentados frente a frente, cerca de la ventana de la casita que daba al cielo nocturno, cuando ella estaba tan ansiosa que sus manos temblaban y las comisuras de su boca no daban abasto para seguir agrandando la sonrisa, él habló y le dijo:

— ¿Qué crees que sea mi regalo? —Y al decir eso, ella inmediatamente reemplazó su sonrisa por una mueca de culpa y tristeza.

—Bueno, es seguro que no es una pieza de joyería cara, porque no es tu estilo. Pero va a ser algo tan terriblemente especial y hermoso que ese tintero nuevo y grabado con nuestras iniciales, que viene con tinta dorada, negra azabache y rojo carmesí que te compré, en comparación, va a ser una porquería.

— ¡Hey, arruinaste mi sorpresa! —Le espetó él con su sonrisa compradora que solo a ella le pertenecía. La pluma que Nexoprath le había regalado a él hacía unos meses iría perfecta con el bello regalo de su novia, pero él no estaba para nada angustiado de que le hubiese dicho cuál era su regalo antes de tiempo.

— ¡Y vos mi regalo! ¡Te odio, maldito perfecto! —Mintió ella, riendo. Él sabía que no lo decía en serio, aunque casi le dolió que pronunciara esas palabras. Ese casi dolor quedó completamente olvidado cuando ella le asestó un fugaz beso en sus labios y luego volvió a su posición. —Ya está, ahora sí. Dámelo.

— ¿Por qué tanto apuro? Tenemos toda la noche—dijo él, recostándose un poco hacia atrás y mirando por la ventana, como restándole importancia al bello momento. No lo hubiese dicho si a ella no la hubiese hecho enfadar siquiera un poquito.

— ¡Dale, no seas así, que me pones nerviosa! —Lo retó ella. Su carita suplicante, el pucherito en la boca que ahora le pertenecía a ella y a él era a quien lo hacía ceder, pudo de sobra con Ángel.

—Está bien, está bien…pero vas a tener que cerrar los ojos otra vez—contestó mientras ella obedecía. Sus corazones latían casi al mismo tiempo, uno ansioso, el otro nervioso, los deseando el momento más por lo especial que sabían que sería que por el regalo en sí. Ángel, cuando se hubo asegurado de que ella no estaba espiando, puso frente a ella un paquete más grande de lo que ella esperaba pero no tanto como que no cupiera oculto en su espalda, y acarició su rostro con una mano. Cuando ella lo tomó, le dedicó a su novio una mirada de genuina sorpresa y procedió veloz a abrirlo, rasgando el bello papel en que estaba envuelto sin delicadeza alguna y casi tirando a un lado el moño de su color favorito que el tanto se había tomado el tiempo en ir a buscar. Él rió mientras ella lo hacía, porque estaba seguro de eso era exactamente lo que ella iba hacer. Su rostro cambió cuando ella pudo ver qué había dentro de esa caja, y se puso tan asustada o sobresaltada que pegó un grito que hasta a él preocupó.

— ¡¿Qué, qué pasa?! —Gritó él, verdaderamente desconcertado.

— ¡No! —Dijo ella, mientras miraba el interior de la caja como si hubiera una araña pollito.

— ¡¿Agus, qué pasa?! ¿N0 te gusta? —Le preguntó preocupado. Comenzaba a creer que lo que él quería que fuera una linda sorpresa se había transformado en una escena de terror. ¿No era ese regalo lo que ella había pedido varios años seguidos de pequeña y su madre nunca se lo había podido comprar?

— ¡No podes! —Le contestó ella, sacando un oso de peluche muy hermoso y que parecía nuevo, y tenía sus palmas de color lila, al igual que su trompita y su barriguita. Los ojos se le llenaron de lágrimas al instante y el comprendió que no era que no le gustara el regalo, sino que aún sabiendo que ese regalo iba a ser muy especial, nunca hubiera esperado recibir ese oso tan deseado y que la hacía recordar tanto a su infancia, y seguramente no podía creer que él lo hubiera conseguido. —Es imposible, amor, no lo pudiste haber conseguido…—alcanzó a decir, mientras apretaba su manito y el oso le decía “mamá”.

—Bueno, lo hice, ¿no? ¿O estás viendo una alucinación? —Le dijo él, divertido con la situación. Y pensar que hacía un minuto estaba preocupado. Ella rió al mismo tiempo en que dos gruesas lágrimas le surcaban el rostro y le contestó:

—No, pero lo veo y no lo creo. Esto ni siquiera existe en este tiempo, Ángel. Yo se lo pedía a mi mamá cada año cuando vivíamos en el 2148 pero era demasiado caro y ella nunca me lo podía comprar. Tiene un sensor que mide tus pulsaciones al momento de sostenerlo en tus brazos, y registra tu voz desde un principio, cuando lo tienes por primera vez, por lo que sabe detectar…—empezó con voz emocionada y temblorosa.

—…cuando estás triste y cuando no, y a raíz de ello te canta una melodía, te dice “te quiero” o te pregunta “¿qué sucede, mamá?”, según cómo haya funcionado la vez pasada y según si lo que dijo te hizo reír, llorar de alegría o querer contarle tus problemas. Es verdad, no existe en este tiempo—terminó él, casi orgulloso al decirlo. 

— ¿Y entonces cómo lo conseguiste? —Inquirió la muchacha, abrazándolo mientras el osito le decía que la quería mucho.

—Bueno…es que primero no sabía qué regalarte. Y es verdad, no quería que fuera una pieza de joyería ni nada por el estilo. Por eso hablé con tu mamá, y pensamos mucho en algo que te pudiera gustar, y hasta habíamos decidido comprarte otra cosa, pero a ella se le escapó al pasar el hecho de que de chiquita este oso era lo único que querías y nunca lo habías conseguido. Comencé a preguntarle más, sobre cómo conseguirlo, cómo se llamaba, y cuando me dijo que en este año no lo iba a conseguir y aún menos dentro de más de un siglo, supe que necesitaba ayuda. Y tuve que llamar a mi tío en secreto…

— ¿Viajaste hasta el futuro solo para conseguírmelo? —Preguntó ella, enternecida.

— ¡Claro que sí! Hay una carta dentro de la caja, ¿no la viste? —Le respondió, a lo cual ella comenzó a escarbar entre los papeles envoltorios hasta que sacó un papel escrito por personas que ambos conocían, y leyó:

“Querida Agustina:

Nos sorprendió mucho ver a Ángel y Apolo por aquí, creímos que algo malo había pasado y estaban en problemas, pero cuando nos mencionaron que ustedes dos estaban de novios y él quería regalarte algo especial que solo conseguiría en este tiempo, en seguida quisimos ayudarle. Nada de lo que él pueda decirte se va a comparar a todo lo que hizo con tal de encontrar al Osito Emoción. Recorrió tiendas, jugueterías, visitó a fabricantes, porque aparentemente desde hacía unos años, ya que vos habías crecido no lo habrías notado, desde que no se producían más en serie estos osos. Terminó encontrándolo en casa de un coleccionista, y te decimos: no fue nada sencillo lograr que se lo vendiera, pero finalmente lo consiguió.

Tienes un novio increíble, Agus. Un buen amigo, un excelente compañero de aventuras, un guerrero empedernido (sí, esto último nos lo dictó él), pero a pesar de todo, se nota que es mucho mejor como novio que como otro amigo que puedas tener, ¡así que no lo dejes ir!

Esperamos que vos, Ángel, Bella, Tomás y sus familias tengan unas muy lindas navidades, y que puedan estar rodeados de alegría y amor. Les deseamos lo mejor desde aquí, y esperamos volver a verlos muy, muy pronto…

Con amor,

Luz, Luna, Lían y familia Mist


P.D.: Conseguimos que tus amigas de este tiempo se creyesen que te habías mudado a otro país. No creímos que fueran a tragarse todo eso de mudarse al pasado y…ni hablar de la aventura que vivimos, ¡pero te mandan saludos y esperan que estés muy bien! Seguro que podrán encontrarse en algún otro momento.” 

— ¿Y, qué tal? —Le preguntó el ansioso. Sabía que le encantaba pero necesitaba oírlo de su boca, de esos labios, con esa voz…que saliera de ella.

— ¡¿Qué “qué tal”?! —Preguntó sonriendo, aún con los ojos vidriosos, para luego agregar mucho más melosa, enternecida y emocionada. —Me encanta, amor. No creí que pudieras ser tan atento o conseguir algo tan especial, por mucha fe que te haya tenido. Te había creído capaz de todo, pero nunca de algo así. Y si se entera Tomás probablemente se reiría y se burlaría de vos—agregó, haciendo que él fuera quien riera esta vez—pero a mí me encanta, amor. Es muy especial…al igual que vos…

—Y al igual que lo nuestro, ¿no? —Preguntó él cuando ella había dejado la frase inconclusa para acercársele y besarlo. Al detenerse y oírlo decir eso, ella sonrió aún más, y dejó el osito a un lado para tomar a su novio del cuello y prenderse a sus labios. Solo se despegó de él cuando se oyeron muchos fuegos artificiales que iluminaban el cielo y llenaban de colores la única habitación de la casa del árbol. 

—Sí, mi amor, al igual que lo nuestro. Feliz Navidad angelito mío—contestó ella, notando que él hasta había puesto muérdago por todo el techo de la casita pero no sintiéndose obligada por la tradición a besarlo, sino haciéndolo porque ella en realidad así lo quería y deseaba demostrar a través de sus labios, si es que podía, cuánto lo amaba.

Antes de que los fuegos terminaran ya y de cerrar el bello momento con un prolongado y dulce beso lleno de amor; cuando la luz seguía entrando por la ventana a tonalidades variadas, él le dedicó unas sencillas palabras que creía, cuando recordaba esa noche meses después, que ya no pronunciaría aunque le hubiese encantado volver a hacerlo por muchos años más, y cuando lo dijo, pareció que los fuegos artificiales estallaron no con más estruendo, sino más luz, belleza, y adornando el cielo estrellado con hermosos colores solo para ellos.

—Feliz Navidad Agustina…Feliz Navidad.

24 dic 2013

NAVIDADES CON LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO - DÍA 24

¡Buenas tardes a todos!

¡Hoy es nochebuena, por fin es el tan esperado veinticuatro de diciembre, y el penúltimo regalo del especial navideño "Navidades con Los Exploradores del Tiempo" ha llegado! ¡¿Qué mejor que otro tan esperado capítulo de la saga de nuestros libros?! ¡El vigésimo cuarto regalo es el cuarto capítulo de Travesías por el Universo: La Tierra de los Gigantes! ¡Imposible perdérselo, así que les deseamos de todo corazón hoy unas Felices Fiestas, Feliz Nochebuena y Feliz Navidad!


LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO: TRAVESÍAS POR EL UNIVERSO

CAPÍTULO IV
La Tierra de los Gigantes

Cuando dejaron ese planeta con regalos, y una gran satisfacción por haber cumplido sus cometidos, se dirigieron inmediatamente a su nuevo destino. Todos estaban cansados por la fiesta de celebración que había durado largo rato después de la abundante cena, pero tras una larga “noche” de sueño, se sentían como nuevos. A la mañana siguiente, con un renovado espíritu jovial reinando en el ambiente matutino (que en la nave parece siempre de noche), todos fueron a desayunar una rica y fresca comida fruto del excelente trabajo de la cocinera, y cuando Lían, Luna y Luz terminaron de comer, Apolo los llamó a la sala de juntas con cara de querer contarles buenas noticias y allí cerró la puerta tras ellos y les pidió que se sentaran. Los tres hermanos no tenían idea de lo que él les querría decir, pero no se esperaban la pregunta que les formuló cuando él habló:

—Bueno, chicos, la razón por la que los llamé fue porque les quería hacer una pregunta…¿por qué no usaron más sus poderes? —y cómo él vio que no sabían de qué les hablaba, agregó—Porque desde que pidieron el deseo al libro de Nexoprath de que se les otorgaran sus verdaderos poderes, solo supe que Luna ha avanzado algo en su magia y que Lían los haya usado una vez…¿es eso verdad?

Les debió haber sonado como un reproche, un reto, porque Luz salió a la defensiva inmediatamente y dijo:

—Yo no sé si ese libro al final me dio poderes o no, ¿cómo pretendes que los use si no se cuáles son o si siquiera tengo? —Y lo miró con cara de pocos amigos, ofendida por su pregunta

—Escuchen, no pretendo regañarlos ni nada por estilo, pero como saben, ahora estamos todos en un grupo con mucha responsabilidad, del cual muchas personas dependen para solucionar sus problemas, hasta mejorar sus vidas si lo quieren. Y quisiera preguntarles… ¿qué creen ustedes que hubiera pasado si, por ejemplo, yo me hubiera tenido que ocupar de otra cosa en el momento en que la pelea se desató ayer en Arupia? —Tras una pausa que los dejó pensando, continuó: —Si ustedes tuvieran que haber controlado la situación, ¿qué hubieran hecho? Lo que trato de decir es que tanto a ustedes tres como a Ángel, Bella y Tomas, se les dieron nuevos poderes que quizá en algunos casos no difirieron mucho con los anteriores, pero en ustedes puede que sí. ¿No sería bueno que comenzaran a aprender más sobre ellos, a controlarlos, por si alguna vez en este viaje que empezamos a hacer los necesitan?

Hubo un murmullo de aprobación por parte de Lían y Luz, pero Luna se adelantó, algo tímida pero creyendo en sus propias palabras, y dijo:

—Yo estuve practicando mi magia…no sé si ese sea mi poder o mi habilidad pero, si no lo fuera, ¿podría seguir usándola? Es que realmente me gusta y me siento cómoda con ella, y creo que

— ¡Por supuesto que sí! En realidad, conseguí averiguar cuáles son sus verdaderos poderes—respondió, a lo cual los tres, pero en especial Luz, se sorprendieron mucho—y supe que tu don efectivamente es la magia. Se te da casi naturalmente, y eres muy buena en ello, porque lo que he podido ver. ¿No dijiste que trajiste a ti y a tu hermana desde la Tierra en el año 2148 hasta Hazorath en este año 2010? —Ella asintió, sonrojándose, pero Luz lo afirmó, orgullosa de su hermana. — ¡Pues eso es algo muy avanzado para alguien que lleva tan poco involucrada con la magia! Creo que podría darte algunos libros de donde podrás aprender mucho, pero más importante aún, te daré clases a partir de hoy y te comenzaré a enseñar todo lo que sé, ¿qué te parece?

Luna pareció encantada con la idea y juntos comenzaron a idear un horario de prácticas, pero antes de que se decidieran, Luz y Lían se pusieron a carraspear la garganta para asegurarse de que no se olvidaran de que seguían allí y la rubia muchacha dijo:

— ¡Hey! ¿Qué hay de nosotros? ¡También queremos saber qué poderes tenemos! —Y Apolo dejó de mirar sonriente a Luna, feliz de saber que ahora tendría una excelente aprendiz a quién enseñar todo lo que sabía, y sin sacar la sonrisa de su rostro, miró a los otros dos Mist.

—Es verdad, lo siento, lo siento, me dejé llevar con la idea. Supongo que también tienen todo el derecho de saber qué poderes tienen ustedes también. Empezaré contigo Lían, porque las malas noticias deben darse primero—dijo, haciendo que los dos pusieran caras de espanto, uno por saber que le darían malas noticias, la otra porque tenía que esperar a oír eso tan malo de su hermano para luego oír lo suyo y sentirse horrible al respecto. Afortunadamente sus sospechas eran bastante tontas, y nada de lo que se les empezó a meter en la cabeza resultó ser real. —Lían, lamento informarte que…vos tampoco tenés nuevos poderes, o algo diferente a lo que ya sabes que tienes. Posees, como Tomás solía poder hacerlo antes del deseo, la habilidad de moverte tan rápido que parece que el mundo se detiene a tu orden, pero nada más que eso.

Apolo se sintió como si le hubiese dicho que tenía una enfermedad incurable, y aunque a Lían lo decepcionó un poco descubrir que no tenía otro poder más sorprendente que ese, no dejó que eso lo entristeciera y hizo reír a todos cuando luego de poner una cara de decepción, estiró sus piernas, puso sus brazos detrás de su cabeza y dijo:

—Bueno…eso no me ayudará mucho en una pelea, pero sigo teniendo un fabuloso dragón—Y no pasó demasiado para que Luz se pusiera impaciente y quisiera detener las risas de los demás y las amenazas de Apolo de que no arriesgue demasiado a Jarkore y lo deje descansar y recuperarse antes de que tengan que usar sus habilidades, para decir finalmente:

— ¡¿Y los míos?! ¡Quiero saber cuáles son los míos! —Gritó, y Apolo se apresuró a calmarla

—Ya, tranquila, te lo voy a decir. Antes de pedir el deseo, tus poderes consistían en usar la luz, transformarte en ella, crearla, hacerla desaparecer, usarla a tu antojo, como arma o herramienta, y les resultó útil en esa aventura que tuvieron, ¿no fue así? —Y como la chica asintió con desesperación, ansiosa, él se apresuró a seguir—Bueno, me temo que tus nuevos poderes quizá no sean tan fundamentales a la hora de una futura batalla, pero eso no quiere decir que no te puedan llegar a ser extremadamente útiles. —Y como la alegría, la sorpresa y la ansiedad se estaban apoderando de ella, finalizó por decir: —Luz, vos podés manipular los sueños y la memoria ajena a voluntad.

Su sonrisa flaqueó un poco en su rostro y sus dos hermanos, que hablaban entre ellos, se quedaron en silencio al oír tales palabras. Ninguno esperaba algo así.

— ¿Qué? —Se limitó a decir ella, ahora anonadada, como si le hubiese hablado en otro idioma

—Hipnoquinesis, sí. La posibilidad de controlar, inducir o eliminar los sueños ajenos, controlar la memoria, los recuerdos de otra persona, verlos por ti misma. Es una cualidad muy útil, pero yo suponía que no te iba a sorprender tanto. Cuando pidieron el deseo al libro de Nexoprath, ¿no sufriste un fuerte dolor en la cabeza ya que tus nuevos poderes se manifestaron de repente y se concentraron de manera muy repentina en tu mente?

— ¡Es verdad, Luz, hasta te desmayaste de lo fuerte que habían sido! —Le dijo su hermano, más emocionado al escuchar los poderes que tenía ella que los suyos. — ¡Debes ser extremadamente poderosa!

—Ya lo creo que sí, pero como nadie te lo había dicho hasta ahora, también tendrás que practicar y aprender a controlarlos antes que te controlen a ti…—dijo Apolo con una sonrisa, con lo cual recién entonces logró sacarle una a la muchacha. —Por ahora, creo que eso es todo, chicos…los veré más tarde uno por uno para ayudarlos con sus poderes, ya pueden irse.

●●●

Un hombre de porte importante, vistiendo un traje y corbata negros que le daban un aspecto similar al de un abogado o empresario de prestigio, miraba con sus anteojos de sol puestos hacia el infinito espacio estrellado, por un ventanal en su nave. Traía su brillante y largo cabello negro tirado hacia atrás, y tenía cicatrices en la cara y todo el cuerpo, cicatrices de quemaduras. Sus secuaces vestían trajes también, pero ninguno estaba tan planchado, reluciente y brillante como el de él. Miró su reloj, uno incrustado de piedras preciosas y dorado como el sol, y agitó sobre su mano un Martini antes de probar otro sorbo. Había jurado venganza contra los exploradores hacía no mucho tiempo, y afortunadamente ahora tendría la oportunidad de llevar a cabo su plan. No le había costado demasiado reparar los daños que habían causado al irse y llevarse todos los esclavos que él mantenía para sí, pero se los iba a hacer pagar por todos los problemas y denuncias que había recibido por parte de ministerios de seguridad de todo el universo que lo comenzaron a atacar ni bien ellos se fueron. Se habían metido con él, habían destruido su imperio cuando fue obligado a ceder las tierras de su planeta a la Unión Intergaláctica, lo habían despojado de todos sus sueños, de sus lujos, de sus planes, sus esclavos. Lo dejaron hecho un don nadie, pero él había sabido mantener relaciones con gente importante fuera de su galaxia. Le debían favores, dinero, no estaba en las últimas, y él no iba a ceder.

Ahora las cosas serían mucho más distintas. Lo motivaba un odio tremendo, más allá de la comprensión. Esas tierras que él había conseguido, ese dinero que se había ganado, ese imperio que estaba formando en contra de todos los pronósticos, en donde él reinaría bajo sus propias leyes, a la gente que él quisiera. Tendría tanto…y ahora no iba a tener nada. O si, si…quizás ahora tenía la certeza de que había algo que sí iba a tener después de todo: venganza. Se había librado de la cárcel, pero por muy poco. No iba a dejar que además de despojarlo de todos sus privilegios, de todo lo que había conseguido también lo despojaran de la libertad. No…él era libre de hacer lo que quisiera, de perseguir a los responsables de su miseria, ahora que sabía hacia dónde se dirigían. Se había hecho con una nave, había mantenido a sus secuaces fieles, había conseguido otros nuevos, tenía de nuevo un patrimonio, armas, otra motivación. Re-armaría su imperio, se iría lejos de todo y alzaría de nuevo su castillo, volvería a tener todo su dinero, sus naves, sus mujeres, sus títulos, su identidad. Si…se haría conocido. Haría que todos temieran su nombre, que lo respeten, que no lo vean como alguien más. Se aseguraría de que lo reconozcan en todo el universo, y se aseguraría de que esos malditos exploradores lo vean y sientan terror al ver quién era el que se les plantaba en frente, quién era el que acabaría pronto con sus planes, quién era la última persona que verían antes de morir. Se los había asegurado: no habían escuchado lo último de él. Y con ese pensamiento, les dijo a un público invisible que pronto lo oiría:

—Yo soy…el Emperador Dahit. Y voy por ustedes…

●●●

— ¿Cómo vamos con la velocidad? ¿Saben a qué hora llegaremos mañana a Gígrema? Quiero planear actividades para hoy y…—les preguntó Apolo al piloto y copiloto de la nave, con el Capitán Sheriman presente, refiriéndose a la nueva misión que se les había presentado mientras estaban en Arupia, una que requería que estuvieran en ese planeta que él mencionó, supuestamente, cuanto antes. Uno lo interrumpió antes de que terminase la frase.

—Los nuevos nos han estado ayudando bastante, Apolo. El profesor Trek consiguió dibujarnos un mapa más útil que los planos que usamos en la nave sobre la mejor y más veloz ruta para ir a ese planeta en cuánto se entero de la nueva dirección que íbamos a tomar, así que no creo que tardemos mucho más que unas cuantas horas. Seguro que después de almorzar estaremos en órbita, su ayuda nos evitó un montón de rodeos innecesarios que nos hubieran hecho llegar recién mañana temprano—explicó el joven piloto.

—Sí, y Philip y Nicholas, los mecánicos, supieron decirnos una manera mejor de aprovechar la potencia del motor y las instalaciones para que trabajemos aprovechando de lo bien equipada que de por sí está la nave en mecánica, así que casi sin complicaciones estamos yendo a máxima potencia también, otra de las razones por las que llegaremos tan rápido a destino—agregó el copiloto, orgulloso de las nuevas adquisiciones en recursos humanos.

— ¡Vaya! ¿Tan rápido llegaremos, en serio? ¡Qué buenas noticias! —Respondió él, genuinamente asombrado. Había creído que tendrían que esperar todo un día encerrados hasta la próxima misión pero pareció que no sería necesario, y todo gracias a los nuevos miembros de la tripulación. Eso había que informarlo.

Luna estaba mirando sin mucha atención un libro que ya había leído. Lo había abierto para tener algo que hacer con las manos, ya que se sentía nerviosa. Apolo le iba a enseñar todo lo que él sabía, y ella se iba a convertir en una hechicera tan buena como él, no había nada mejor que eso. La noticia que sonó pronto en los parlantes de la nave sobre que luego del almuerzo, mucho más antes de lo planeado, arribarían a Gígrema, la puso aún más emocionada. Deseaba tener la oportunidad de demostrarle a su nuevo maestro de lo que era capaz sin que él le diese ninguna clase todavía, quería que viera cuánto había aprendido por sí sola, y estaba pensando en qué podía hacer si el peligro se les presentaba cuando por su habitación que compartía con su hermana, aparecieron ella y Lían, terminando una carcajada. Ella sonrió al verlos, pero su sonrisa pronto se esfumaría.

—Ese Milo es un genio—le decía su hermano pequeño a Luz, para luego explicarle a su otra hermana, que lo miraba como a alguien que ha dicho una palabrota—Dice Jarck que la medicina que le ha dado lo ha hecho sentir mucho mejor que antes, incluso mejor que los hechizos con que lo curaba Apolo. Dice él que no es veterinario y que menos podría saber de una criatura como Jark, pero le ha dado en la tecla con el revitalizante que le dio a probar, dice que se siente fuerte como para volar, ¿no es asombroso Luni?

—Habrá sido suerte, porque no creo que sepa curar mejor que los hechizos de Apolo ni que las habilidades de un doctor o veterinario real, experimentado y calificado…—replicó ella, como hablando sobre algo que olía muy mal— ¿Cómo se atreve a probar medicinas con Jarkore, qué pasaría si lo hubiesen dejado peor de lo que estaba al muy pobrecito?

— ¿Por qué eres así de mala con Milo, Luna, si ni siquiera lo conoces? —La atacó su hermano. —Apolo mismo ha dicho que no sabía mucho de magia curativa y hasta él dio el visto bueno a que intentara ayudar a que Jark se recupere, ¿por qué no estás feliz por él?

—Yo te lo diré, Li. Por dos cosas: uno, ahora que Apolo va a ser su profesor, no quiere que Milo, que no tiene tanta experiencia aunque sepa muchísimo, le quite categoría a él…y dos—agregó con malicia, a sabiendas de la reacción que tendría su hermana—…bueno, se le nota de acá a una legua que le encanta el doctorsito nuevo.

— ¡No-me-gus-ta! ¿Cómo te lo tengo que decir? ¡No seas tonta, Luz! —Explotó ella, colorada como el tomate con el que la cocinera en ese momento hacía una ensalada. —Aparte no me importa que sepa curar mejor que Apolo porque es obvio que él lo quería aquí para eso ya que él no sabía demasiado sobre curación, pero no deberían desestimarlo porque si mal no recuerdo, él se las arregló bastante bien para curar el ala y la pierna de Ángel, la pierna del Capitán que también se veía que sin ayuda corría peligro de perderla, y heridas que todos tuvimos luego de la batalla. ¡Creímos que Jarkore moriría, por Dios santo, y mira que bien ha estado hasta ahora sin la ayuda de ese! —Dijo, mientras el dragón reducido al tamaño de un ratón gracias a su nuevo poder otorgado por Apolo aleteaba contento al lado del oído de su dueño. —Así que si no saben de lo que van a hablar, mejor no digan nada—terminó, y fingió que volvía a leer su libro. Luz se quedó callada un momento, mirándola, y luego sonrió con indiferencia y se volvió a su hermano.

—Vamos, Li. Vamos con alguien con quien sí se pueda hablar—le pidió, y su hermano dirigió una mirada a Luna, luego a su gemela idéntica, y luego siguió a esta última por detrás cuando ella marchó por la puerta, cabizbajo y siéndose culpable ya que él entró hablando de la persona que ahora sabía que no debía mencionar ante su hermana la aplicada. La mañana transcurrió sin mayores contratiempos, y en el almuerzo no pareció que nada cambiara en el ambiente salvo la excepción de que Luna se rehusaba a hablar con ellos o, por supuesto, cualquiera que se dispusiera a alagar a Milo por su excelente trabajo mejorando el estado de ánimo y vitalidad del dragoncito que, para demostrar su alegría, había adquirido el tamaño de un perro y pasaba caminando como una gran lagartija alada entre las piernas de su público; pero su enojo no duró mucho más. En cambio, a todos los invadió un sentimiento de entusiasmo cuando el Capitán Sheriman y Apolo anunciaron que estaban llegando a la órbita del planeta destino y que dentro de quince minutos estarían desembarcando.

La misión por la que habían llamado a Los Exploradores del Espacio-Tiempo consistía en un pedido de rescate de una pequeña nave que había quedado varada en el planeta y que necesitaba un aventón hasta alguna luna o estación espacial para arreglarla, pero que no podía pedirle a nadie del planeta el favor porque habían quedado detenidos en un sector muy peligroso y lo último que consiguieron hacer antes de que la batería de la nave finalmente muriera fue emitir el mensaje de ayuda. Aparentemente, eran una pareja a las que les habían recomendado ese lugar para irse de luna de miel, pero que o se habían equivocado de planeta o los habían enviado con la intención de que no regresaran más, ya que por poco ese peligro que no los dejaba irse les había costado la vida. Apolo mencionó que las cosas podrían llegar a ponerse algo rudas en esta aventura, por lo que no debían separarse de él ni un segundo, aunque no especificó cuáles podrían llegar a ser esos peligros. Cuando todos regresaron de sus cuartos con las mochilas hechas y preparados para lo que podría haber afuera, los tres Mist tuvieron la impresión de que aparte del tío de los Grey, solo Nardelys, Drew y At’izax sabían exactamente a que se iban a enfrentar, mientras que ellos no tenían la más mínima idea. 

Gígrema era un planeta más grande que nuestro Júpiter, pero no era gaseoso como éste, sino que en su atmósfera había cielos color índigo, climas templados y el suelo lo comprendían una serie de verdes praderas, y unas cordilleras del otro lado del campo en el que los exploradores iban a aterrizar. Parecía de un ambiente muy primaveral cuando lo vieron por primera vez, con flores refulgentes brillando en fuertes colores bajo el tibio sol y árboles poblados de hojas, pero cuando la escotilla se abrió y los chicos pisaron tierra firme, se dieron cuenta de la diferencia que tenía ese mundo con la Tierra en primavera. Los árboles, las flores, el césped, las montañas en el horizonte, y hasta las casas de blanco que vieron alzadas aquí y allá, todo era desmesuradamente grande. El césped les llegaba a las rodillas, y notaron que debía estar recién podado y muy al ras, porque todo parecía demasiado enorme como para que solo el pasto no los tapara por encima de sus cabezas. 

No podían medir las cosas por metros, porque la medida más adecuada les parecía que tenía que ser cuadras. Las casas medían como dos cuadras de alto, algo así como doscientos metros, y las plantas un poco más o un poco menos, según el caso. Comparadas con ellas, la enorme nave de la que se acaban de bajar parecía una raza grande de perro, pero nada de lo que pudieran aproximar o expresar en palabras se comparaba con el sentimiento de pequeñez que sentían. Sabían que para quien habitara esas casas, ellos les parecerían del tamaño de ratas, pero Lían no podía evitar sentirse una hormiguita diminuta. Apolo estaba más interesado en la expresión de los Mist que en las de nadie más, y era obvio, porque nadie salvo ellos estaba impresionado.

—Tardaremos muchísimo caminando hasta el lugar de donde proviene la señal, y la nave llamaría demasiado la atención si es vista por aquí paseando como si nada. No queremos enfadar a los gígremos, ya de por sí los que llamaron por nosotros deben tener demasiados problemas, y son demasiado territoriales y tacaños como para que tomen a bien nuestra llegada sin aviso. Vengan, aparecemos ante ellos directamente—anunció, justo cuando Lían temía que tendrían que pasarse por el pequeño surco que había en el césped por el que él creyó que debían pasar insectos o animales pequeños. Todos se reunieron alrededor de Apolo y éste utilizó sus habilidades para envolverlos en una burbuja plateada que con un resplandor brilló, y lo último que vieron de la nave antes de desaparecer, era que ésta se elevaba unos metros humanos del suelo y seguramente volvería al espacio y aguardaría allí su regreso. Cuando la luz que los cubrió se disipó, vieron que se hallaban en un lugar donde el sol daba en menor medida. La sombra de un gran espécimen de árbol desconocido les daba de lleno, y eso sumado que el césped en ese lugar estaba más largo y les llegaba a pasar por unos centímetros a todos las cabezas, hizo a Lían pensar que probablemente habían aterrizado en el jardín o patio trasero de uno de las casas de los gígremos, y que esto era un descampado fuera del pueblo gigante. 

En efecto, se habían aparecido justo delante de la pareja que habían ido a rescatar, porque una nave para dos personas se encontraba en medio de un claro entre el bosque de pasto, y parecía que se había arrastrado varios metros hasta su posición actual porque había barrido un sendero de hierbas en su aterrizaje seguramente forzoso. Estaba destartalada, parecía que se le había desprendido un propulsor trasero y una de las alas de la nave estaba partida al medio, pero algo dentro de Lían le dijo que los mecánicos serían capaces de arreglar eso en un santiamén, y que la pareja necesitaba una de las cenas de Miriam, la cocinera, o unas cuantas. Y un baño: la muchacha (una joven adulta de cabellos enmarañados y ropa que, limpia y cocida de nuevo, seguro pasaría por normal) parecía demacrada y tenía grandes ojeras bajo los ojos, mientras que su esposo no lucía un mejor aspecto, aunque sonrió con ganas al ver al grupo, mientras la expresión preocupada, enojada y cansada de la señora no flaqueó demasiado, seguramente escéptica a que ese grupo de gente los pudieran sacar de su aprieto tan fácilmente.

— ¡Gracias al cielo! Gracias al cielo que han llegado, gracias—balbuceó el hombre, que se había arrodillado y reverenciaba al grupo recién llegado, que lo miraban con tristeza. —Gracias, gracias

—No es necesario tanta reverencia, señor Schadic, solo vinimos a ayudar, y es nuestro deber hacerlo—se adelantó At’izax, la rubia y alta exploradora hazorathiana, mientras ayudaba al hombre a levantarse. —Y ya que estamos en eso, debo agregar que debemos hacerlo lo más rápido posible, porque no queremos abusar mucho más de la ineficaz hospitalidad de los gígremos. Si de esto son capaces apenas tolerando su estadía, imagínense cómo serán si los hacemos enojar.

—Gracias, señora. Estoy de acuerdo con usted. Estos monstruos no han sido más que horrendos con nosotros, cuanto antes nos vayamos será mejor—le agradeció, estrechándole sus manos y volviendo a reverenciarlos. — ¿Qué pasa, querida, por qué no muestras agradecimiento a nuestros rescatadores? —le preguntó. Ella hizo una mueca, aún con los brazos cruzados, pero luego esbozó una sonrisa.

— ¿Podrían haber llegado antes, no? ¡Hace días que estamos varados aquí, no sé porque la señal habrá tardado tanto en llegar! Deberían estar más alertas o ampliar su recepción, porque luego de tres días nos enteramos de que el mensaje había sido recibido—los reprochó la señora Schadic.

—Tranquila querida—se apresuró a decir él, justo cuando Lían estaba a punto de decirle qué tan en desacuerdo estaba con sus desagradecidos comentarios. —A decir verdad, desde ayer que no se aparecen, nos parece raro que aún no lo hayan hecho, pero al menos hemos estado un rato bastante tranquilos. Y no han sido tan malo, ¿verdad querida? Tuvimos suerte de no hacerlos enfadar…

— ¿Pero quiénes son los que los ponen en peligro? ¿Los gígremos? —Preguntó Luz, extrañada. —Apolo dijo que eran territoriales y tacaños, pero de ahí a que quieran hacerles daño solo por haber quedado varados por accidente…me resulta difícil de entender.

— ¡No, querida! ¡Ojalá pudiéramos haber tenido trato con ellos! Al menos, tarde o temprano, si nos mostrábamos lo suficientemente arrepentidos de haberlos molestado y los elogiábamos tanto como a ellos les gusta, hubiéramos tenido más de una oportunidad, pero con estos monstruos no se puede razonar, ¡son bestias salvajes!

—Criaturas gígremas—explicó Drew, mirando alrededor, y luego a los chicos Mist. —Animales incivilizados que rondan los lugares alejados a los pueblos y conviven junto a los gigantes en este planeta. Y tiene razón el señor Schadic, tuvieron suerte si no los hicieron enfadar, pero nunca se puede estar seguro de cuando pueden hartarse de ti y…—se interrumpió. Un gruñido proveniente de lo que seguro era una gigantesca criatura resonó entre las alturas, como si volara, y las hierbas, la tierra bajo sus pies y hasta la nave destartalada vibraron violentamente. Drew terminó su frase con hilo de voz, diciendo—…atacarte.

—Reúnanse alrededor de la nave, rápido—ordenó entonces Apolo, a lo que hasta rápidamente la señora Schardic se apresuró a obedecer. Cuando los siete exploradores y la pareja estuvieron allí, él comenzó a pronunciar un hechizo y hacer un movimiento con su mano que pronto accionaría la magia que los regresaría a salvo a la nave, pero la criatura salió de detrás del gigantesco árbol que les daba sombra y les gruñó con fuerza, volviendo a hacer vibrar la tierra. Cualquier terrícola hubiera dicho a primera vista que era un tyrannosaurus rex, el enorme y terrible carnívoro que existió en la Tierra hace millones de años, pero luego se hubiera retractado. Esta bestia era peor. Su cráneo no era tan grande, si no que su cabeza parecía alargada como la de un cocodrilo, y sus extremidades superiores no eran pequeñas, sino largas como las inferiores, lo que lo hacía parecer un enorme lagarto que podía sostenerse en sus patas traseras. Cuando apoyó sus patas delanteras en el suelo, provocando otro estremecimiento, y volvió a gruñir mostrando sus infinitos y afilados dientes; no se necesitó decirlo, pero aún así Apolo gritó “¡CORRÁN!”, y todos lo hicieron lo más rápido que pudieron.

Haciéndose paso entre el bosque de hierbas y saltando piedritas y ramas que les parecían troncos de árboles, se alejaron del monstruo lo más que les dieron las piernas, pero no era suficiente. Pronto se vieron obligados a bajar la velocidad y pasar agazapados y agachados por debajo de una rama mucho más grande que las anteriores que no permitía otra salida, y la bestia los alcanzó. Apolo los cubrió con un campo de fuerza que el lagarto gigante de ojos de amarillos y pupilas alargadas intentó romper a dentadas, pero no logró más que asustar momentáneamente a los chicos, aunque pudieron reparar en que la cúpula que los cubría comenzaba a resquebrajarse como si fuera de vidrio después de una embestida bastante fuerte. Otra de esas y estarían perdidos. Apolo estaba a punto de hacer un hechizo que seguro los pondría a salvo inmediatamente antes de que corrieran verdadero peligro, pero Luna se le adelantó. 

— ¡Ritumbaria! —gritó, blandiendo la palma de su mano hacia la cabeza del lagarto, produciendo un estruendo parecido a una enorme bomba sónica. A los exploradores y a los señores Schardic pareció no haberles afectado demasiado, pero al monstruo sí, ya que se puso a rugir inmediatamente de manera desesperada, como si algo le estuviera haciendo daño mientras el ruido del estruendoso hechizo retumbaba en el bosque de hierbas. Luna sonrió para sí, satisfecha, pero un segundo después la sonrisa se convirtió en una mueca de horror, ya que la bestia se enfureció aún más por lo ocurrido y en vez de marcharse, enfocó sus ojos cargados de furia en el grupo y dio la sensación de que se estaba preparando para embestir con toda su ira en cualquier momento. El escudo no soportaría ese golpe, y ellos…mucho menos. De nuevo Apolo tomó la delantera gritando otra vez el innecesario “¡corran!” y todos salieron por una abertura hecha adrede en el escudo, en la dirección contraria del animal gígremo. Iban a tal velocidad que el estallido producido al romperse el escudo tras ellos sonó distante, pero no se detuvieron al oírlo. Nadie se imaginaba que habían entrado en un planeta tan pero tan peligroso, y que estarían así de cerca de morir, pero todos lo hubiesen imaginado y hubiesen al menos estado mentalmente preparados de haber sabido que se dirigían a la tierra de los gigantes.

El camino que trazaban por el bosque de césped pronto se elevó, y como no estaban prestando atención hacia dónde corrían más que al solo hecho de correr, muchos se sorprendieron cuando Drew gritó “¡por allí no se puede, hay un árbol en el medio de camino!”, pero todos lo siguieron al describir un giro repentino a la izquierda. La bestia era mucho más rápida, y cuando doblaron, a ella le resultó mucho más sencillo alcanzarlos al cruzarse en su camino trazando una diagonal. Esta se plantó frente a ellos con otro salto que hizo temblar hasta el árbol que tenían cerca, y el tío de los tres ausentes Grey exclamó:

— ¡Luna, protégenos! ¡Ahora! —Y ella, primero sorprendida pero luego sin vacilar, movió sus brazos dibujando un círculo alrededor del grupo, y antes de darle tiempo a la bestia de gruñir y mostrar sus dientes, una burbuja de lo que parecía un grueso cristal los cubrió y no dejó que se colara ni la más mínima brisa. En el momento en que el lagarto gigantesco embistió por primera vez el escudo provocando otro temblor pero que la burbuja no flaqueara demasiado, Apolo hizo un complicado movimiento de manos y desapareció él solo de la vista.

— ¡Apolo! ¿A dónde se fue? —Preguntó la chica Mist, que sostenía sus palmas en alto hacia el escudo como manteniéndolo firme con sus poderes.

—Fue a llevar la nave de los señores Schadic a la nuestra, volverá en un segundo—explicó At’izax, mientras todos observaban aterrados a los dientes de la bestia feroz, y cómo esta intentaba meter en sus fauces por tercera vez la burbuja entera con ellos dentro, fallando de manera olímpica. Cuando todo parecía que no podía ponerse peor, seguramente atraído por los sonidos de la primera bestia, un segundo lagarto se apareció desde detrás de los imponentes árboles y les echó una mirada amenazadora que significaría, sin lugar a duda, que pronto comenzaría a atacarlos al igual que lo hacía su compañero. Luna misma fue la primera en exclamar:

— ¡Oh, por Dios! ¡Más le vale volver pronto porque no voy a poder con los dos! —Y en ese momento, las dos criaturas se miraron al mismo tiempo, luego los miraron a ellos, y comenzaron a dirigir sus fauces abiertas a su dirección. Iba a ser el fin, sin duda. Pero Luna hizo muy rápida otra burbuja alrededor de ellos justo a tiempo, y la doble capa de escudos los protegió de ese y los veloces nuevos ataques por parte de las dos bestias al mismo tiempo. En la cara de la chica Mist se vislumbraba una pequeña sonrisa de alegría porque su magia hubiera funcionado, pero contorsionaba demasiado su rostro en una clara señal de que sostener los dos escudos funcionando a la perfección al unísono no era una tarea nada sencilla, y apretaba tanto los dientes y fruncía tanto el seño que los demás creyeron que se le iba a reventar una vena o romper un diente en cualquier momento. No habían terminado de felicitar a la chica por su acto de magia cuando Apolo reapareció con un fogonazo de luz amarilla bajo sus pies, y a éste le llevó dos segundos entender lo que estaba sucediendo y qué tan rápido tenía que actuar antes de que la chica no pudiese contener los escudos por más tiempo.

— ¡Todos alrededor de Luna! —Gritó, y nadie vaciló al hacerlo. —Muchacha, cuando cuente tres, desapareceremos, pero vas a tener que mantener el escudo porque no nos dejarán de atacar, ¿podrás hacerlo? —Pero la pregunta era innecesaria, como la afirmativa que le dio. Por un segundo, pareció que los lagartos hubiesen entendido a la perfección sus palabras, porque se habían vuelto a mirar a los dos pares de pupilas amarillas y se habían acercado unos pasos a ellos—Muy bien, todos prepárense. —Las bestias se relamieron los labios con unas largas lenguas violáceas, listos para atacar—A las una…a las dos—Y en ese instante, las criaturas atacaron con más fuerza que nunca, logrando destruir al mismo tiempo las dos burbujas mágicas, justo cuando un gran círculo de luz amarilla con líneas que se cruzaban a su radio y diámetro, alrededor del grupo, se apareció de repente también. El “¡a las tres!” quedó ahogado por el sonido del cristal al romperse en mil pedazos y el gruñido feroz de las bestias, y lo último que vio el grupo entero antes de desaparecer fue dos bocas enormes que fácilmente podrían haberlos engullido de un solo bocado con esas feroces varias filas de colmillos y tragado en esa maloliente oscuridad de esas gargantas, que estaban a solo un metro de distancia.

¡FELICES NAVIDADES CON LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO!

23 dic 2013

NAVIDADES CON LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO - DÍA 23

¡Muy buenas tardes!

¡¡Para este lunes 23 de diciembre les tenemos como regalo nada más ni nada menos que el tan esperado quinto capítulo de "Los Exploradores del Tiempo y La Última Paradoja"!! Solo quedan dos regalos para presentar, uno tan bueno como el del día de hoy y otro mucho más especial, por lo que esperamos que hasta ahora todos hayan sido de su agrado y esperen con tantas ansias el del día de mañana y el del veinticinco porque de verdad nos esmeramos para que sean especiales. 


LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO y LA ÚLTIMA PARADOJA
CAPÍTULO V: 
Noches de Lluvia

¿Así que…te vienes a vivir a…nuestro tiempo? ¿Cómo es eso posible? —le pregunté curioso a Agustina
—Bueno, cuando vencimos a Hodown y Apolo nos quiso llevar a cada uno a nuestros hogares, yo le dije que había estado pensando un poco y que me gustaba la idea de vivir en el 2009, en un mundo mucho más bonito, ecológico y natural que el del 2148, pero que quería consultarlo con mi madre. A ella le gustó la idea de cambiar un poco las cosas, de mudarnos a un lugar que si bien no tendría todas las comodidades que teníamos en el futuro, era mucho más prometedor…y después de discutirlo con ella y decidirnos, llamamos a su tío y él accedió a llevarnos. Nos ofreció vivir en su casa, en la cual él no está nunca según nos dijo, pero no quisimos aprovecharnos de su ayuda y vinimos dos o tres veces a buscar una casa que pudiéramos pagar hasta que finalmente nos mudamos—dijo, mientras yo me perdía en los labios que pronunciaban tanta deliciosa cantidad de palabras
— ¿Y te anotaste en nuestra escuela así como así? No me creo que te haya servido un pase o certificados de una escuela de ciento cuarenta años en el futuro—le comentó Tomás, tomando un sorbo a un mate preparado por mi hermana. Intentaba no hablar demasiado alto, porque sus padres, que vendrían a ser mis tíos, podrían escuchar tan secreta conversación y habría que dar explicaciones.
—Bueno, obviamente que no, Apolo tuvo que brindarnos un montón de papeles que hicieran legal nuestra estadía acá. Recibos de sueldo, certificados de nacimiento, documentos de identidad, una licencia de conducir para mi madre. Incluso le consiguió un empleo en la ciudad…se ha portado excelente con nosotras, nunca podremos agradecerle por todo.

Agustina se corría el cabello hacia atrás de su oreja y yo me perdía en sus movimientos. Era tan bonita, tan delicada, pero tan simpática y divertida, era fácil hablar con ella, estar a su alrededor, mirarla y sentir que no era necesario mirar nunca a nadie más. La veía hablar, y luego nos veía darnos la mano, abrazarnos, besarnos por primera vez, caminar juntos, viajar hasta Encélado sentados uno al lado del otro, estar juntos la noche del festival, dormir en la misma habitación. Y luego dejar que me cuidara cuando estaba herido de un ala en Plex Icon, mirarnos preocupados encerrados en una prisión en el planeta que luego visitamos, ver a Lían correr la carrera en Hazorath, ir a salvarla en el Fénix 2 cuando caímos bajo ataque por arañas metálicas y secuaces de Hodown, estar a su merced, en su oficina, sentados al lado cuando él nos apuntaba con una pistola, correr en el desierto de la dimensión de Nexoprath, separarnos en las escaleras, entrar a su castillo, oír un disparo, su grito de dolor, un charco de sangre, y…

●●●

Abrí los ojos de repente y desperté sobresaltado, intentando acostumbrarme a una fuerte luz, y deseando que alguien cerrara la ventana de mi habitación para que yo siguiera durmiendo al lado de Agustina. Pero al instante recordé que no tenia nadie que me cerrara nada ya que me encontraba solo, en un viaje para salvarla a ella de una muerte que no había terminado de pronunciarse, y que no tendría por qué estar durmiendo si lo último que había hecho era cruzar una puerta hacia un nuevo mundo, totalmente despierto y descansado, ya que no era ni mediodía, por lo que me incorporé en la cama, abrí los ojos lo más que pude y observé. Estaba en una incómoda cama en una habitación humilde, y la luz fuerte era efectivamente de una ventana abierta de par en par, que dejaba ver un cielo cubierto de nubes, y neblina adornando el poco paisaje que se me presentaba. Era una aldea, aparentemente desierta, ya que no se oía ni el murmuro del viento, pero había algo en el aire que me decía que era por una razón. Por mi habitación entonces entró una mujer desconocida, vistiendo un vestido hasta los tobillos y encima de él un delantal blanco. Se acercó a mí como si nada y me dijo:
—Oh, qué bueno que estás despierto, hijo. Vístete, por favor, y ayúdame, ¿quieres? —y al decirlo me sorprendió. “¿Esta mujer está loca? ¡No se parece en lo más mínimo a mi mamá!”, pensé. Al recordarla suspiré amargado un momento, en el cuál ella me tiró ropa tejida a los pies de mi cama, pero más que eso no me dejó pensar, porqué continuó hablando. —Me han traído dos hombres más temprano, tengo que atenderlos de urgencia, pero tus hermanos se levantaron y tengo que hacerles de comer y cuidarlos. ¿Podrías hacerlo por mí? —y ante el silencio que hizo esperando mi respuesta, solo dije “si, ya voy”, y se marchó contenta.

Es obvio pensar que esa mujer creía que yo era su hijo…pero ¿cómo podría pensarlo? Me levanté, vestí, absorto en mis dudas, y cuando me vi débilmente reflejado en el vidrio de la ventana me sorprendí a ver otro chico de mi edad tocándose la cara con sorpresa en lugar de a mí. Él hacía todo lo que yo, abría sus ojos con incertidumbre, buscando razón y verdad donde solo había desconocimiento. Pero luego entendí que ese era yo…había aparecido en este mundo luciendo como otra persona, tomando hasta prestada su vida, supuse. ¿Qué había pasado para que yo despertara de pronto en este cuerpo? La respuesta resonó en mi mente con una voz conocida…indeseada.
—Es una de las desventajas de viajar entre dimensiones, Ángel—me dijo Nexoprath—. Nunca sabes lo que puede llegar a pasar, qué clase de mundo sea y qué reglas físicas, racionales o no, rijan allí. Has despertado en el cuerpo de otra persona, por lo que no te queda más alternativa que intentar seguir con su vida en lo que buscas la nueva llave. Notarás que sigues trayendo puesto el anillo, y tu mochila con tus pertenencias sigue contigo, a los pies de tu cama. Podría ser peor—terminó, y calló de repente. Cuando comprobé estas últimas nociones, y me dije que verdaderamente no podía hacer más que seguir con la corriente, terminé cruzando la habitación casi vacía a excepción de la cama y un pequeño armario, crucé un pasillo y salí al comedor, armado solo con miedo. Me tranquilizó el hecho de ver que ni bien entré a la habitación, dos caritas sonrientes me fueron a abrazar a las corridas. Era un niño de cuatro años y otro de, luego me enteré, casi dos, ambos muy parecidos a la figura que me había reflejado el vidrio de la ventana, a aquél a quien había robado su cuerpo. Mi supuesta madre estaba en una sala conjunta, según vi por una puerta abierta al atravesar al lado de la mesa y sillas donde debía servir comida para los niños. Era enfermera, según vi, o médica, y estaba atendiendo a dos hombres…dos soldados heridos en batalla. Un estruendo sonó en la lejanía, como un cañonazo, y me hizo sobresaltar pero no a “mis hermanos”, aparentemente acostumbrados. Había una ventana por la que de pronto primero oí y luego vi pasar un pequeño pelotón de uniformados, tronando sus botas en el suelo de tierra. Las piezas comenzaban a encajar. Estaba en un país en el medio de la guerra y la madre de mi nuevo yo era una sanadora de uno de los bandos, esperaba yo que fuera el que tuviera las de ganar. Aunque conociendo mi suerte hasta ahora, sería poco probable.

No entendí cómo, en su momento, pero sabía dónde estaban todos los ingredientes que necesitaba para hacerles el desayuno a mis hermanitos, dónde ubicar los recipientes y cubiertos y cuáles eran sus preferencias. Me limité a dejarme llevar por lo que la memoria de este nuevo cuerpo estaba acostumbrado a hacer en esas ocasiones, mientras mi mente me llevaba a otra parte. ¿Cómo haría para encontrar la llave correcta en este lugar? Seguro que habría soldados por doquier, gente en sus casas, mucha población con probabilidades de servirme. No iba a poder apuntar el anillo con ellos aquí y allá porque no sería tan fácil inmiscuirme entre tropas militares o gente enferma o asustada, encerrados en sus casas. ¿Y si mi destino colgaba del cuello de algún capitán, de algún jefe de Estado, de algún soldado en plena batalla? ¿Y si el propietario yacía por allí, en el campo, muerto de un balazo o apuñalado por la espalda? Me encontré mirando a los pequeños engullir lo que les habría preparado, que ni yo mismo sabía que era pero les parecía encantar, y con mi madre a pasos míos que me miraba como si esperara una respuesta a una pregunta que no escuché.

— ¿Cómo, mamá? Disculpa, no te oí—logré decir apresuradamente.
— ¿Qué si podrías dejar comer tranquilos a tus hermanos y ayudarme solo un momento a mover a un paciente? —Repitió alegre, como si hablara de algo cotidiano. Todo me parecía raro, como si estuviera soñando o viera una película en primera persona, pero tenía que encajar para no levantar sospechas. Cuando ingresé a la sala de los convalecientes, me había imaginado algo mucho más sangriento, crudo, y mutilado, pero la poca sangre presente yacía seca, como manchas en los trajes de los dos soldados sobre las camillas que había. Uno de ellos, el más cercano a la puerta, yacía dormido, seguro producto del alivio que habría recibido al recibir la ayuda médica que necesitaba. Tenía una venda en la cabeza y los cabellos mojados, como si mi supuesta madre le hubiese recién lavado la sangre de ellos, y había un vendaje apretado y reluciente en su rodilla, algo que me indicó qué había pasado con el resto de esa pierna perdida. No parecía haberla perdido recientemente, pero algo habría pasado que la curandera tuvo que vendarle de nuevo la herida. El otro hombre yacía despierto, aunque parecía delirar un poco de fiebre. Su cara brillaba con la luz de la ventana de madera abierta, y por lo demás parecía estar sano. Vi cuál era el problema cuando me dispuse a moverlo por el lado izquierdo de su cama. A la altura de su cintura, una gran herida cocida tenía un muy mal aspecto, como de haberse infectado, y parecía supurar bajo una gaza que mucho bien no le hacía.

Cuando lo trasladamos a la cama de al lado, una a la que le daba mucho mejor la luz de la mañana, él se quejó por un momento y murmuró algo inentendible, pero mi madre se puso manos a la obra y comenzó a limpiarle la herida de la cintura con agilidad, y a untarle algo que no supe que era.
—Se bueno, y mójale de nuevo el pañuelo de la frente, hijo, que ya debe de estar caliente—me pidió ella, y yo le retiré cuidadoso el trapo de la cabeza del joven soldado y fui a la cocina para traerlo rápidamente empapado y chorreando agua. Él se volvió a quejar, pero pareció más relajado cuando le puse el pañuelo y mamá dejó de tocarle la herida infectada.
—He tenido peores—dijo ella unos minutos después, cuando bebía el té que le había preparado y se sentaba conmigo en la mesa mientras mis hermanos corrían en el patio trasero que se podía ver claro desde la cocina. —Al primero solo se le descocieron unos puntos en la pierna amputada y sufrió una contusión en la cabeza, pan comido. La herida de la pierna ya estaba bastante bien cuando me lo trajeron, solo necesitaba que le re-hiciera los puntos y le tratara ese golpe en la cabeza que temían fuera algo importante pero que no va a pasar a mayores. Me preocupa el otro, del que poco me supieron decir y no sé ni cómo se hizo la herida. Creí que la había desinfectado lo mejor que pude y que los puntos harían su trabajo y que solo tendría que ver cómo evolucionaba, pero subió mucho de temperatura en poco tiempo. Pero bueno, como he dicho…han habido casos peores.

Yo me limité a decirle cuánta razón tenía porque no quería contradecir sus palabras, y además, porque no lo dudaba. Sabía y se notaba que era muy buena persona y qué haría lo que fuera por sus pacientes. Verla allí, mirándome con esa sonrisa maternal propia de alguien que agradece tener a su hijo como su mano derecha como se veía que me tenía a mí, me hizo acordar a mi propia madre. La extrañaba mucho. Ella hubiera sabido que palabras decirme en cada momento que la necesité en estos meses. Me hubiera contenido como nadie más. Y Bella también. Ellas dos habían sido mi mundo antes de…antes de Agustina. Y ahora las necesitaba más que nunca. Pero este viaje tenía que hacerlo solo, yo bien lo sabía. Necesitaba recorrer yo mismo cuántos universos y dimensiones fueran necesarias, conseguir todas las llaves que hicieran falta o no habría forma de hacerla volver jamás. Estaba a tiempo aún, pero tampoco debía dormirme en los laureles. Fue entonces cuando me puse de pie, decidido, y dije:
—Mamá, voy a dar un paseo…no me tardo—anuncié. Fui a la habitación, agarré mi mochila y el anillo de Nexoprath y enfilé hacia la puerta. No quería darle demasiado tiempo para que me interrogue, pero aún así no pude evitar quedarme para que al menos me respondiera algo:
— ¿Ah, sí? —Preguntó, realmente sorprendida. Lamenté que este chico en el que había despertado no fuera alguien que saliera demasiado de casa, pero no podía ser tan extraño ni descabellado que quisiera ir por allí a estirar las piernas. — ¿Estás seguro? Andan oficiales de aquí para allá, los escuchaste hoy…
—Lo sé, mamá, pero no me voy a alejar mucho y voy a estar aquí para el almuerzo, no te preocupes—le dije, y me fui sin más preámbulos. Afuera, como lo había anunciado la particular luz matutina, estaba completamente nublado, y una neblina empeoraba el desalentador paisaje. Estaba fresco, pero no quería abrigarme. Sentía que debía ponerme a correr para recorrer mejor el lugar y en menos tiempo, y eso hice. Fuera de casa, se notaba que era un barrio muy humilde, decadente y antiguo, y que la gente no salía mucho de sus casas. Noté un par de miradas curiosas desde las ventanas, y me dije que seguramente los ojos de mi madre me seguirían hasta que la niebla me tragase. Fui hasta el final de la calle, caminando con apuro, no queriendo correr aún, y cuando la niebla me impidió ver dónde quedaba mi casa, ahí eché a correr.

Tenía el anillo puesto, e intentaba apuntar de un lado a otro sin atraer demasiado la atención. Me acomodaba una correa de la mochila para apuntar para un lado, me acomodaba innecesariamente el corto cabello de esta cabeza que contenía mi mente para dirigirlo hacia el otro, pero éste cumplía la misma función que cualquier otra pieza de joyería y no hacía más que decorarme la mano. En un determinado momento sentí pasos multitudinarios, rítmicos, que sin duda indicaban que se acercaba a mí otro pelotón de soldados como el que había visto hoy temprano por la ventana, y me escondí detrás de un árbol para evitar que me vieran, aunque difícil sería que lo hubiesen hecho con la espesa niebla que había. Me sentía en un laberinto lleno de peligros, porque según con lo que me iba encontrando, más que un barrio en una ciudad parecían grupitos de casas en una villa. Llegaba a callejones sin salida, a pasillos tan estrechos que para pasar tenía que hacerlo de costado y caminar cual cangrejo, y la precariedad y la desolación se me hacían presentes con tanta frecuencia que no entendía cómo la gente podía vivir así día tras día. Quizás, con un tiempo más despejado y no estando en una terrible guerra (que implicaba escuchar bombazos lejanos cada tanto, ver militares heridos ir y venir, y encontrarse, si tenías tan mala suerte como yo, con un mínimo de un cadáver por día tirado en la calle), el lugar llegaba a ser bonito. Pero como estaba ahora, esa era la última palabra que usarías para describir el segundo mundo en el que me encontraba.

Pasé el resto del día, tanto antes como luego del almuerzo, recorriendo el lúgubre lugar, que parecía no tener fin, y cuando volví al atardecer, no me sorprendió que se largara a llover ni que la precipitación se mantuviera así toda la noche, ya que las densas nubes en el cielo lo habían augurado toda la jornada. El problema fue que el clima no varió durante mi estadía, y más lúgubre no podía haberse puesto ni hecho mi humor. Hasta el segundo y el tercer día allí transcurrieron iguales que el anterior. Despertaba para ayudar a mi madre con los heridos, que venían más seguido de lo que se iban, les hacía el desayuno a mis hermanos, daba un paseo siempre intentando recorrer nuevos lugares, volvía para almorzar, salía de nuevo durante la tarde y venía para cenar. Nunca encontraba nada, por más que arrimara el anillo hasta las puertas mismas de las casas, estrechara manos con niños o ancianos, saludara disimuladamente a personas aquí y allá, me pasara el día entero caminando y corriendo entre pasadizos, callejones, casas abandonadas, plazas desoladas…nada servía. Sin embargo, mucho peor era para la búsqueda el hecho de que el clima no cambiase un ápice día tras día. Siempre la misma niebla, el mismo frío, las mismas nubes blancas entristeciendo el lugar, los mismos ruidos de guerras lejanas, algún que otro disparo que traía el viento hasta las aldeas…siempre igual. Me enfermaba. Agradecí encontrar algo más interesante que visitar, al cuarto día, una zona que hasta ahora me reservaba.

Era de tarde. Crucé a través de las casas, los callejones, como era usual, evité un pasillo horrible y oscuro que me daba mala espina, y de pronto me acerqué a un edificio que se me alzó alto tan rápidamente que si no hubiese sido porque entendía que la niebla no me lo había permitido ver hasta entonces, hubiera creído que se me había aparecido allí de repente. Por lo que vi, parecía ser una estructura sin terminar de algo terriblemente grande, un hospital quise adivinar, y me pareció que el anillo en mi mano oscilaba débilmente cuando me colaba por unas maderas desvencijadas para entrar. El suelo no estaba terminado, por lo que el césped amarillento crecía sin temor entre las paredes y las vigas que sostenían el armazón del edificio a medio construir. Olía a humedad, y en efecto las paredes de piedra estaban muy húmedas. El musgo verde y horrible crecía aquí y allá, y cuando crucé lo que parecían dos o tres habitaciones al lado de las otras, me encontré con un paisaje un poco más grande que lo visto hasta entonces. Mientras el anillo vibraba ininterrumpidamente en mi mano, noté que me había adentrado a un vestíbulo, según parecía, en ruinas. Allí no parecía que algo faltaba por ser terminado, si no que había sido terminado y se había derrumbado con el pasar de más años de los que el edificio debía tener en realidad. Una viga se había vencido al peso de la estructura y se había doblado, tirando una pared abajo desde tres pisos más arriba de lo que yo podía ver, y parecía como si un tobogán de piedra se alzara ante mí. Unas perezosas plantas habían logrado crecer entre el césped reseco, sin embargo, allí dónde estaban parecía haber más humedad porque la vegetación tenía un color más vivo y tirando más al verde.

Se oía el agua caer allí y acá, probablemente agua acumulada de las densas y nocturnas lluvias, y había cierto misticismo en el ambiente que me adelantó que algo ocurriría en este lugar. Desgraciadamente, la experiencia como Explorador del Tiempo me había enseñado que si quería encontrar algo fantástico y fuera de lo común tenía que meterme en espacios peligrosos, misteriosos, o que me produjeran algún tipo de presentimiento, y este lugar lo tenía todo. En efecto, era una buena señal; pero pensar en pelear contra soldados, cómo lo mínimo que me podría llegar a pasar, armado ni siquiera con mis alas para escapar, no era para nada alentador. Sin embargo, no me quedaba otra opción que seguir avanzando. Detrás del tobogán de piedra que se alzaba ante mí había lo que me pareció ser un largo pasillo iluminado por la tenue luz del día nublado. El anillo en ese punto ya casi me llevaba por su cuenta. Vibraba ya frenético, y me hacía temblar tanto la mano que no parecía que fuera mía, y para empeorarlo, se me estaba adormeciendo, pero supe mantenerla. Caminé por el pasillo algo tenebroso, algo misterioso, y de repente algo me tomó de la mano que llevaba delante de mí y me tiró hacia adelante. En realidad, eso fue lo que sentí, porque evidente eso no fue lo que pasó: yo estaba solo. Eso a lo que me estaba guiando el anillo estaba tan cerca o yo era tan torpe al no poder verlo que literalmente mi mano se arrojó sola junto a todo mi cuerpo por el aire. Volé unos segundos tirado por ese endemoniado ese anillo, pero yo sabía que iba a chocar pronto contra algo. No lo deseaba, pero era de esperar.

Y golpeé la piedra con todo mi cuerpo. Se sintió terrible, fue como si hubiese caído de dos pisos hacia el concreto, pero con la parte delantera de mi cuerpo. Mi instinto me llevó a intentar proteger mi cabeza, pero aún así el impacto fue fuerte y me dolió de pronto todo cuando caí al suelo, habiendo atravesado una pared que seguramente no estaba demasiado terminada como para que yo pudiera pasar a través de ella. Pero el anillo me había dejado en el suelo, en una nueva habitación no mucho más iluminada que el pasillo por el que había volado, y escuché dos cosas antes de percibir otra cosa que el dolor de mi cabeza, cuello, brazos y hombros. La primera, la más inofensiva, fue el sonido ya familiar del caminar de los uniformados, de las botas de los soldados que en sintonía caminaban por alguna calle que debía estar cerca, pero no pude investigar de dónde venía, porque el siguiente sonido fue peor y le sucedió casi de inmediato. Fue un combinado de vigas retorciéndose lentamente, ladrillos viejos crujir, y la lejana advertencia de que lo que estaba por pasar cerca de mí ya estaba sucediendo en las demás habitaciones. El techo que me cubría comenzó a desmoronarse, un trozo grande éste cayó a cuatro metros de dónde yo estaba tirado, luego otro pedazo mucho más cerca, y me levanté justo a tiempo para evitar que el tercer escombro me enterrara vivo. Ahora aquí y allá, donde quiera que viera, la estructura se venía abajo, y yo tenía que salir o no viviría para contarlo.

El estúpido anillo se mantenía ahora tan quieto como lo hubiese hecho uno común, y yo no lo entendía, pero busqué alguna ventana que me dirigiera al exterior o alguna salida, cualquiera. Después de todo, si había escuchado a los soldados era porque muy lejos no podían estar, pero aún así, no encontré nada que me sirviera, salvo una puerta abierta de par en par hacia otro vestíbulo que estaba cayendo abajo. Salí corriendo por allí justo cuando la mitad del techo de esa habitación en dónde estaba se desmoronaba y supe que no debía detenerme. Corrí a través de puertas de madera venidas abajo, plantas espaciadas que habían logrado crecer entre las hendijas por donde se colaba el sol cuando no estaba nublado, vigas que se caían delante de mí y tenía que esquivarlas, hasta que otra especie de tobogán me tiró a un lado y me hizo entrar en una nueva habitación. Por un momento estuve en total penumbra, y hasta pareció que la destrucción se hubiera detenido, aunque los sonidos distantes siguieron aturdiéndome. Era como si el derrumbe fuera ajeno a la habitación, como si esta estuviera a salvo. No había ventanas, y tampoco entraba luz de ningún otro lado, salvo de la piedra negra de mi anillo. Se había encendido de repente, yo no sabía cuándo, pero no vibraba ni se mostraba tan enloquecido como hacía hace poco. A la luz emitida por este pude ver mejor que el cuarto no era muy grande, y que solo había polvo y algún escombro en el piso, a excepción del pedestal que había en el medio. Encima de este había lo que parecía un cofre, y con el corazón acelerado fui hasta él. No estaba cerrado, como hubiera creído, sino entre abierto. El pequeño candado que lo había protegido hasta, parecía, muy poco, yacía forzado en el piso, y cuando abrí la tapa del pequeño cofre, mi temor se cumplió. Había un receptáculo que parecía haber sostenido hasta hacía no mucho una llave…pero esta no estaba.

¿Por qué había brillado el anillo si la llave no estaba? ¿Y por qué me había impulsado una fuerza tan potente que me hizo estrellarme contra una pared y desestabilizar la débil estructura del edificio, si, de nuevo, no había nada en ese cofre? ¿Los pasos de los soldados habían significado que ellos se habían llevado aquello que yo tenía que buscar? No hubo tiempo para seguir dudando, porque aquello que había mantenido a salvo al cuarto dejó de funcionar, hubiera sido magia o una posición ventajosa que la alejaba del peligro. El techo y las paredes temblaron, y yo salí por donde vine antes de que fuera muy tarde. De vuelta en un pasillo vi que había mucha más luz a mí alrededor que antes. El edificio se estaba desmoronando tanto que la luz del sol que poco iluminaba detrás de las nubes caía como faros por donde mirara, pero las vigas se seguían retorciendo, las paredes seguían crujiendo y llovían escombros y bancos de polvo por doquier. No esperé más y me eché de nuevo a correr. Yo no lo veía, porque me hacía paso entre el derrumbe como podía para no quedar aplastado, pero a cada paso que daba las paredes se caían a centímetros míos, y las vigas de acero caían con estruendos que hacían vibrar la tierra, siempre a punto de estrujar mi cerebro contra el suelo. Corrí más fuerte, me abalancé por un pequeño orificio entre dos toboganes, y me golpeé duro con algo en la frente cuando salí de ese diminuto túnel, mientras una piedra grande me cayó, al comenzar a avanzar, directo en el pie derecho. Medio tambaleándome y medio sosteniéndome la cabeza por el dolor, vi entre la nube de polvo y escombros cayendo por doquier un pedazo de calle. La salida.

Casi me alegré de ver de vuelta la niebla y sentir la calle bajo mis pies cuando logré salir. Detrás de mío, con un último estruendo que hizo asomar la cabeza de la gente por las ventanas para ver qué había sucedido, el edificio terminó de desplomarse y una nube de polvo se extendió por ella. Entre la niebla, los escombros y el polvo fue primero difícil saber qué había sucedido, pero luego se vio claramente el edificio en ruinas, totalmente destrozado, como si lo hubieran demolido a propósito. Me quedé embobado allí intentando encontrar con la mirada algo, pero no había nada que ver. Solo vigas tiradas, paredes, techo, chapas, piedras y ladrillos hechos trizas o revueltos entre sí. Tardé un segundo en recordar qué hacía allí, pero me volvió el alma al cuerpo cuando volví a escuchar las pisadas de las botas de soldados en el suelo. Miré a mi alrededor, a la izquierda, a la derecha, y los vi. Los últimos dos uniformados de una formación que caminaban al unísono se alejaban de mi, internándose en la niebla a una calle de distancia. De inmediato corrí hacia ellos, esperanzado, más contento aún cuando sentí que el anillo oscilaba en mi mano, y rápidamente los alcancé. No supe si debía gritarles, pedirles algo, pararme frente a ellos y esperar que alguno me reconociera, o estirar la mano para que alguno me diera la llave que se habían llevado del cofre, pero uno debió ver la expresión extrañada que tenía cuando dejé de correr cerca de ellos y me dirigió una mirada fugaz, para luego seguir el paso. Yo comencé a caminar a su lado, sin saber qué debía hacer, y abrí la boca para decir algo pero no supe qué. Si me preguntaban quién era, ¿tenía que mentir? Si me preguntaban qué necesitaba, ¿qué tenía que responder? Si me preguntaban a quién buscaba, ¿qué debía decir?

— ¡Toby Cox! —Grité. Fue lo primero que se me vino a la mente. Era el nombre del nieto de Madame Le Boutox, cuya fotografía yacía en el relicario que había encontrado en posesión del ladrón; el mismo que le había dado a ella, y antes de irme me lo había devuelto, y yacía ahora en mi mochila. El soldado que me había mirado fugazmente se volvió hacia mí y pidió permiso para romper filas. Cuando los demás y el superior lo esperaron, él se acercó y me preguntó:
— ¿Cómo sabés mi nombre?
—Vos sos…Toby, ¿no? Tobías Cox, ¿no es verdad? —le contesté, mientras abría mi mochila en una maniobra que me hizo doler varias partes del cuerpo por todos los golpes que había tenido en el derrumbe, y saqué el relicario. —Vos sos…el mismo soldado que estaba en mi casa, el de la fiebre. Mamá dijo que ya estabas mejor, pero no sabía que te iba a dejar ir…—agregué mientras le daba el bello pero pequeño collar. Él lo tomó, incrédulo pero con una sonrisa que se dibujaba más y más clara en sus labios, y lo abrió, para encontrar una fotografía de sí mismo devolviéndole una mirada mucho más seria que la suya. En el momento en que él la examinaba y me expresaba su gratitud, sin hacer caso al hecho de que yo lo había visto antes, me quedé pensando. Ese relicario se lo habían robado a una señora en un tiempo moderno, en un París en donde la tecnología había avanzado como en mi planeta, y todos disponían de celulares, autos modernos, televisores. Y tenía la foto de un nieto que vivía en otra dimensión, en un tiempo más antiguo, en donde los chicos se divertían jugando en los jardines y no con videojuegos o computadoras; en dónde los muebles eran de madera tosca, al igual que las puertas, con sus tan sencillas y precarias cerraduras. Las casas eran elementales, y el edificio por el cual recién había salido era el más moderno de todos en la región, y no estaba terminado. Las cosas no cuadraban…
— ¡Gracias, muchísimas gracias! ¿Quién te lo dio? —Me estaba preguntando el tal Tobías mientras se abrochaba el relicario en su cuello.
—Tu…abuela—conseguí decir, a lo que él me miró como si hubiese dicho una tontería.
—Mi nieta, querrás decir—me dijo con un guiño y una voz tan baja que solo yo lo oí. —Mi nieta te lo dio, y su nieto, o sea, mi tataranieto; lleva mi mismo nombre, pero no mi apellido, y se parece mucho a mi, ¿no es así? —Respondió, como si me explicara que está nublado cuando las nubes tapan el sol.
—Pero…no ténes edad como para ser abuelo—Dije atónito. No entendía absolutamente nada.
—No, pero algún día sí la tendré. Y dejaré escondido este guardapelo para que solo mi tataranieto de alguna forma lo encuentre, y cuándo Tobías Le Boutox se vaya a la guerra a por un destino no muy favorecedor, se lo regalará a su abuela, Millicent, para que lo recuerde mientras se ausente. Él entenderá todo, y ella lo atesorará hasta que un ladrón se lo quite y luego vos se lo devuelvas, y cuando eso suceda, el ciclo habrá quedado terminado. Ella te lo dará, vos me lo traerás, y todo este lío quedará reducido a solo una complicada…

—Paradoja—adiviné, al mismo tiempo en que él lo dijo. — ¿Y por qué se tenía que dar todo este asunto del relicario? ¿Qué tiene que ver conmigo o con…mi misión? —Pregunté. Era otro de esos complicados momentos que había que detenerse un rato para comprenderlos, o directamente no gastarse ni un segundo en hacerlo.
—Nada, por supuesto. —Dijo resuelto, mientras sacaba algo del bolsillo delantero de su pantalón y lo ponía frente a mí. Disimulé el brillo del anillo apretando esa mano con la correa de la mochila hacia mí, mientras él me mostraba una llave antigua, grande y blanca como la nieve. —O todo, si así lo prefieres. Es parte de las paradojas. Aquí tienes, supongo que la estabas buscando, ¿no?
—Sí, gracias, pero…todavía no entendí lo del relicario ese. ¿De quién es originalmente? ¿Quién lo tuvo primero? —Le pregunté. Quería comprenderlo, pero se me hacía tan difícil.
—Yo, ¿no es obvio? Me lo acabas de dar desde otra dimensión, por lo que en este universo acaba de aparecerse con tu llegada. Hasta entonces, acá no había existido. Yo se lo daré a mi tataranieto, él se la dará a mi nieta, y ella a vos. Todo estará solucionado.
—Pero, por lo que habías dicho, creí que había viajado en el tiempo y no hacia otra dimensión. Si sos el abuelo de Madam Le Boutox, quien era vieja cuando la conocí, he de pensar que volví en el tiempo, ¿no? Sos joven, no hay manera de que puedas ser su abuelo actualmente si ella es mayor que vos…
—El círculo no tiene principio ni fin, Ángel—dijo, saludándome como hacían los militares hacia sus superiores. Dio media vuelta, avanzó a zancadas hacia su pelotón, pero antes de marcharse me dirigió una mirada y unas palabras (“Gracias por el relicario…¡Adiós!”) y el grupo se alejó, siendo engullido por la niebla.

Yo me quedé parado como un tonto, sin entender nada, pero lo que si fue fácil de aceptar era que de un modo u otro había encontrado la llave, y yo no estaba en ese mundo para nada más. Era hora de marcharme, porque ya no había razones para permanecer allí por mucho tiempo, pero quería volver a mi casa, o a la casa de este cuerpo. Me puse en camino hacia allí, alejándome de las ruinas a una velocidad más lenta de lo que me hubiese gustado, pero el cuerpo que había pedido prestado estaba agotado, herido, y no debía exigirlo más de lo que lo había hecho estos días; era hora de dejarlo. Cuando llegué a la casa y me recibieron los dos niños pequeños, sentí aún más la distancia que había entre ellos y yo. Ahora podía dejar de fingir, porque el papel del hijo de la enfermera ya no me hacía falta, pero no quise hacerlo. Traté de seguir el día como lo hacía siempre. En un momento pasé por la sala que mi mamá usaba de enfermería y, efectivamente, no había un herido más allí. Todos se habían ido; seguramente algunos serían los compañeros de ese Tobías.

No quise pensar mucho en ese asunto, y menos preocupar a mi madre con mi estando cansino y pensativo, por lo que evité que notara mis heridas, calentamos el agua para que los niños de bañasen y luego yo tomé un reconfortante baño para sacarme todo de encima: la suciedad, el cansancio, y hasta los problemas. Quería irme de allí, porque sentía que cada segundo desde que había obtenido la llave hasta que me fuera era tiempo valioso que estaba perdiendo. Luego de que todos se fueran a dormir, cuando el clima repitió su menú de los días pasados, tomé el anillo de mi mochila (que había dejado allí porque no había parado de brillar desde que había estado cerca de la llave), me lo puse, e introduje la llave blanca como la nieve en la cerradura de la casa. Al darle dos vueltas a mi derecha, como si fuera a abrir un cerrojo que en realidad no había cerrado, una luz blanca entró de los sitios por los que la madera dejaba pasar el aire, y por un pequeño agujero en la esquina superior que habrían mordido las termitas.

Agradecí que al abrir la puerta no me fuera encontrar con otra noche de lluvia como las que había presenciado en mi estadía en ese lugar, y mochila al hombro, me fui de ese mundo, notando que al cruzar la puerta el cuerpo prestado se quedaba del otro lado y era el mío propio el que caminaba por el blanco puente hacia la siguiente puerta.

¡FELICES NAVIDADES CON LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO!