3 dic 2013

NAVIDADES CON LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO - DÍA 3

¡Buenos días, exploradores!

¡Hoy es el día del tercer regalo, si señor! El tercer día del mes nos indica que es tiempo para, de nuevo, el tercer presente del especial navideño "Navidades con Los Exploradores del Tiempo", ¿y saben qué he decidido traerles el día de hoy? Pues hoy, Diciembre 3 del 2013, el obsequio es un cuento nunca publicado, no quizás tan largo que como hubiese querido, pero que me deja lo suficientemente satisfecho como para afirmar que seguramente me hubiese ocupado de hacerle a este relato un lugar en mi libro si hubiese decidido recolectar material para una nueva compilación, un proyecto que aún tendrá que esperar. 

Disfruta a continuación del primer cuento inédito publicado en el especial y uno de los más serios y, por decirlo de una manera, terroríficos que hice en mi vida, pero que espero encuentres al menos un poco interesante. ¡Aquí está el nuevo regalo!

3° DE DICIEMBRE:
CUENTO

Génesis

Era un vasto mar rojo el que se extendía enfrente de la playa desolada. Las aguas estaban calmas como si un frío mortal hubiese congelado todo el océano, pero en realidad hacía mucho que el viento no regalaba una mísera brisa en el mundo. La arena no tenía pisadas, como si alguna vez la marea hubiese borrado todas ellas y ya no hubiese quien recorriera la costa de la mano de su amada, de su amado, con un amigo o con su familia. Las rocas mostraban señas de alguna vez haber sido besadas por las aguas de ese rojizo cuerpo de agua, pero hacía tiempo que habían quedado secas y solo quedaba la marca de por dónde alguna vez el mar había crecido.

No tenían basura esas aguas, estaban completamente limpias, como si hubiese pasado ya mucho tiempo desde que alguien hubiese arrojado algo a ellas, dándole la libertad a la naturaleza de que trabajase y degradase todo lo ajeno en el período que creyera conveniente. Tampoco había nada en la arena, como si el mar todo se hubiese encargado de barrer y hacer desaparecer con el correr de los años. Había una calma entrañable en el ambiente que solo se perturbaba con el crujido furioso de los truenos y relámpagos, lejanos por donde terminaba el horizonte.

El océano inmóvil reflejaba cual espejo el cielo cargado de nubes rojas, pero no parecía ser esa la razón por la que las aguas tenían esa peculiar tonalidad. Había una franja por donde la marea habría subido alguna vez y había dejado allí pruebas de un hecho desconcertante, inverosímil, improbable: lo que teñía el océano no eran algas en descomposición, ni un elemento químico producto de la degradación de basura, ni nada parecido…ni tampoco era, según podía comprobarse, verdaderamente agua eso que coloreó las arenas, eso que besó las rocas, eso que reflejaba los relámpagos y truenos en el horizonte…sino sangre.

Quién fuera capaz de entender cómo había sucedido…cómo el océano se había evaporado y dejado en su lugar un mar de sangre para que éste perdurase en el tiempo y fuese su reemplazante durante todos esos años. Y con ese conocimiento, ¿cómo, se preguntará el lector, habrá sido posible que se descompusiesen los desechos humanos que usualmente se tiraban antes y tardaron cientos, miles de años en deshacerse si no había agua, ni por ende peces ni bacterias salvo glóbulos rojos, blancos y plaquetas en las entrañas microscópicas de la composición de ese océano?

La respuesta apareció un día como si nada. Como si el mundo no hubiese estado desolado desde hacía quién sabía cuánto tiempo, como si ningún apocalipsis hubiese terminado para siempre con la humanidad, como si hasta los Dioses no se hubiesen olvidado de aquel mundo que alguna vez alojó su más perfecta pero más imbécil creación de todas…como si su mera y repentina existencia no desafiara el juicio de cualquier explicación científica, teológica, biológica y astronómica…como si no estuviese marcando el inicio de quizás de una nueva era, el reinicio de la vida en la Tierra, el final de la soledad absoluta en los confines del tercer planeta del sistema solar. Así, ese andrógino ser humano, excepción a todas las reglas, antítesis de la lógica, enemigo de la razón, emergió del océano.

Asomó su calva cabeza, su par de ojos de irises grises, su nariz casi perfecta, sus labios, que no tardó en abrir en un gesto de inspiración que pareció simulado, aunque no emitió nota de voz alguna. Su cuello desnudo sin nuez asomó erguido, y luego sus hombros angostos, y su pecho sin pezones. Su espalda escurrió sangre por el espacio entre sus omóplatos, y su cintura sin órganos reproductores recibió a las piernas sin un solo vello, logrando así pararse sin mostrar pies en el suelo arenoso debajo del mar rojo. Él, o ella, miró fijo al infinito desierto que se le habría majestuoso, interminable en frente, y no dudó en caminar decido hacia él. El horizonte escondía un sol que había crecido mucho en esos centenares de años tras las nubes rojas que ahora el océano reflejaba intermitente, pero el primer ser humano nacido cual Adán o Eva en ese valle de soledad, no lo pensó.

Ni tampoco lo hicieron los demás que comenzaron a salir desde el mismo lugar, esas infernales y misteriosas aguas envenenadas en su totalidad por el líquido vital de los cuerpos de quién sabe qué criaturas. Todas esas figuras se asemejaron al primero como si hubiesen sido copias de él las que emergían del océano de sangre, y todas al salir comenzaban a caminar detrás del líder enfilados hacia el horizonte infinito a paso aletargado. El mar barrió las olas de fluido espeso hasta la playa como había hecho una vez y coloreó de nuevo la costa de rojo carmesí, como si la naturaleza hubiese dado a luz por segunda vez a los seres humanos y la playa se hubiese manchado producto de ello.

La tierra fue testigo del génesis de los segundos pobladores que pronto se desarrollarían y procrearían una nueva generación de seres humanos, distintos a todos los que habían pisado el planeta alguna vez…o al menos, eso pareció que era lo que pasaría, pero cualquiera que hubiese sido testigo de ese inesperado nacimiento hubiese visto segundos después horrorizado el acontecimiento que le siguió a aquella escena.
La primera criatura sin género se volteó luego de mirar tras su hombros a sus compañeros, y corrió cual león hambriento hasta la yugular de uno de de ellos, tiñendo su cuerpo, el de su víctima y la arena bajo sus pies de rubíes líquidos. Y los demás no ofrecieron resistencia ni parecieron percatarse de las intenciones del líder hasta que éste terminó por degollarlos a todos. Sus ojos, alguna vez pacíficos, no eran ahora más que dos llamaradas que reflejaban la sangre en sus manos y la ira que fluía por su cuerpo. Sin embargo todas estas emociones, tan repentinamente como vinieron, desparecieron de momento a otro.

La andrógina criatura siguió caminando por el desierto en dirección contraria al mar que habría propiciado su nacimiento, y por un largo tramo no volteó hacia atrás, si es que no volvió a jamás hacerlo. Siguió su camino, decidido, con la conciencia tranquila, como si nada hubiese pasado, como si no hubiese sido un ejemplo de cómo la humanidad se auto-destruye en muchos sentidos, y los perpetradores no sienten el menor remordimiento de ello, como si aquél acto caníbal no reflejase las acciones que toman personas a costa del sufrimiento de los demás, en un egoísta acto que no hace más que probar su falsa superioridad, su ineptitud y carencia de sentimientos.

Y pudieron haber pasado miles de años, pudieron haberse despoblado los continentes, pudo morir todo rastro de vida en la Tierra, pudo calentarse y oxidarse con el correr de los años, pudieron haberse evaporado los océanos y dejado un mar de muerte y desolación que no fue movido por una sola brisa en tantísimos siglos, pudieron haberse regenerado los genes humanos y dar origen a una nueva especie, un nuevo eslabón en la cadena Newton-Darwiniana, y puede también morir éste nuevo ser humano y pasar no mil, un millón de años de años más para que nazca otro ser humano diferente…pero eso no cambiaría nada. El primero mataría al segundo solo por haber nacido después de él, y así haría con todos los demás. La naturaleza humana es como todas las demás, invencible, y nada dará génesis a otra cosa que no sea eso, una sociedad auto-destructiva, completamente ciega y sorda pero con la voz suficiente para hacer estragos, engañar a los subordinados y ganar inservibles papeles pintados a cambio de ello, a costa del sufrimiento invisible pero corpóreo de los inocentes y los impotentes.

Y eso, desafortunadamente, es algo que no cambiará jamás.

...

¡FELICES NAVIDADES CON LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO!

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