16 dic 2013

NAVIDADES CON LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO - DÍA 16

Y ahora, lo que nos compete el día de hoy: el regalo del día dieciséis del especial navideño. Este día, les traemos como regalo el cuento que le iba a dar nombre a la antología que quería armar y que en algún momento del futuro re-armaré con nuevos relatos e historias. Con ustedes y sin más preámbulos, "La Metrópolis Ingrávida". 

LA METRÓPOLIS INGRÁVIDA

Desde hace mucho tiempo se conoce la existencia en un lugar que muchos llaman “La Metrópolis Ingrávida”. Se trata de una isla flotante que desde hace muchísimas lunas deambula sin rumbo por los rincones del universo. El enorme pedazo de tierra que seguramente se desprendió de algún continente de algún planeta descuidado, es el hábitat de toda una comunidad de personas con un atributo en común: ya que la isla no posee gravedad, la ciudad con aspecto de suburbio tiene que tener todos sus objetos de valor atados al piso, desde árboles, utensilios, autos y cestos de basura, hasta los perros, gatos, y la mismas personas tenían que estar siempre encadenadas del tobillo a sus casas.

A medida que los niños crecen, según se sabe desde que se registra la historia de esa comunidad y tal como había hecho un pequeño niño llamado Emiliano, que ahora tenía sus quince años cumplidos y había dejado de ser un muchacho, las cadenas que los sostenían y mantenían siempre con su familia, se alargaban conforme a sus necesidades. Cuando los ingrávidos llegan a adultos y cambian de domicilio, deben cambiar sus cadenas de lugar y colocarse unas nuevas lo suficientemente largas como para poder llegar a su lugar de trabajo, para poder dejar a sus hijos a la escuela, etc. Y es en la mediana edad de la adolescencia cuando Emiliano era en ese momento y con sus quince inviernos cumplidos, capaz de anotarse a natación en el club del centro, el único deporte que la población ingrávida podía realizar sin enredar sus ataduras en la práctica, aunque tenían que acarrear con el problema de que sus cadenas se oxidaban con el exhaustivo contacto con el agua y cada tanto tenían que cambiárselas.

Un buen primero de Septiembre, se celebró en la ciudad el bicentenario de la misma, en el que todas las personas por un día completo eran libres de volar por todos los suburbios, sin estar atados a nada en ningún sentido. Todos flotaban y planeaban dentro de un domo de cristal que evitaba en esos días que todos perdiesen el control hasta el punto de no poder regresar, y era un día festivo en el que comían, dormían y pasaban la tarde en el aire. Lo llamaban “el Día de San Flotancio”, en honor al fundador de la metrópolis que trajo a su familia, vecinos y amigos y construyeron un barrio que con el tiempo se fue extendiendo hasta ser una ciudad en la que cada vez se sumaba más gente y todos se conocían con todos. Sin embargo, a pesar del júbilo y la alegría de todos los ingrávidos en ese día de tanta libertad y diversión, ocurrió un hecho especial, sin precedentes.

Emi, quien volaba junto a su hermanita Juliana por encima del faro que había en el extremo norte de la isla y que servía para iluminar el sendero espacial que recorrían cuando las estrellas no lo hacían, vio que en las cercanías de su barrio había un tumulto. Un grupo de ingrávidos que se habían vuelto a encadenar para amontonarse y observar algo que les hacía suspirar, se quedaban boquiabiertos y comentaban y hablaban despavoridos entre ellos, lo cual atrajo la atención de cada vez más gente. Los hermanos se reunieron con sus padres, aunque se mantuvieron flotando, y se hicieron paso entre la multitud, aún volando, para ver aquel tan sorprendente acontecimiento.

Rodeado de gente que lo observaba fijo, un ancianito estaba sentado en una silla mecedora en la vereda de su casa haciendo algo extraño con su voz. Él emitía un sonido desde sus cuerdas vocales que parecía inconcebible, insuperable…extraño y ajeno a cualquier cosa que hubiesen oído antes, pero que muy extrañamente les producía en sus corazones una sensación de familiaridad, como si hubiesen oído aquella extraña poesía en algún otro momento. La manera en que pronunciaba las palabras a distinto tiempo, con entonaciones, pausas y tonalidades tan rítmicamente bien ubicadas…eso no podía ser para nada algo que hubiesen oído nunca o hubieran visto o de lo que hubiesen sabido en toda la historia de “la Metrópolis Ingrávida”. Y la letra…que tan bonito hablaba de los valores más preciados por la gente…del amor, de la familia, de la amistad, de ser felices…dejaba a todos con una sensación de paz, de tranquilidad…de alegría a cada vez que las frases salían de su boca.

Cuando el ancianito hubo terminado su poesía rítmica, todos estaban intrigados por saber de qué se trataba esa recitada de palabras tan entrañable, a lo que el adorable viejecito respondió con una sonrisa: —Esto que acabo de hacer—le dijo a su atento público que se mantenía en total silencio—…se llama “música”, ¿no lo habían oído nunca? —preguntó sin obtener respuesta—Bueno…yo llevo felizmente encadenado a mi hogar y a mi familia unos setenta y cinco años, y hace mucho que no celebro “el día de San Flotancio”, hace tanto que ya no recuerdo. Por supuesto que paso el día festivo con mis seres queridos y hacemos una gran cena para todos, pero…hace mucho que no me desato y me dejo volar por toda la metrópolis, como hace el resto…¿saben por qué? —inquirió, de nuevo sin obtener más que miradas silenciosas—Porque no hace falta que nuestra isla no tenga gravedad para poder salir volando por los aires…solo se necesita una linda melodía, una letra significante, pero más que nada, sentir con el corazón aquello que se esté cantando o escuchando, puesto que todo aquello que a pesar de no poder verse, escucharse y sentirse puede percibirse en el alma…si uno no le pone pasión, amor y devoción….es en vano. Y con el tiempo me he dado cuenta de algo que creo que ya es hora de contarles…

No vamos a necesitar más encadenarnos y soltarnos una y otra vez por el resto de nuestras vidas. Bastará que escuchemos música en nuestros corazones a pesar de no oírla con los oídos para volar, y bastará con que aprendamos una lección o escuchemos y entendamos estas lecciones tan verdaderamente hermosas que nos enseña la música para que el peso del conocimiento y la sabiduría que adquiramos mantengan nuestros pies sobre la tierra.
—Para nosotros no sabemos cantar, ¿cómo escucharemos o sentiremos la música si usted no nos enseña? —preguntó la pequeña Juliana, al lado de su hermano Emiliano
—Hay música para sentir, obstáculos de los cuales aprender y lecciones para aplicar en cada una de nuestras vidas, en la vida misma en general y a cada lugar hacia donde se mire. Si uno tiene intenciones de volar…uno debe estar dispuesto a caerse, levantarse y volver lo a intentar, y si uno no se da nunca por vencido, aprenderán y aprenderemos todos que ser libres se trata de haber entendido y sufrido el no serlo, para así valorar cuando lo estemos aunque no nos demos cuenta...
Después de todo… ¿cómo se piensan que aprendí yo?

FIN

¡FELICES NAVIDADES CON LOS EXPLORADORES DEL TIEMPO!

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